lunes, enero 02, 2006

Tracción a sangre


Guardé un billete de cinco australes. Muestra a J.J. de Urquiza muy parecido a Kevin Spacey: como si lo estuviera representando.
Debe ser del 85. O del 86. En el reverso está dibujada la Libertad, con frigio y todo. No se destaca ningún texto. Es como si supieran que no valdría la pena gastarse mucho en el diseño.
Si se hace el cálculo: esos 5 australes equivaldrían a cinco dólares en pleno plan Austral. Seis años después de esa emisión, la Convertibilidad (perdón por usar mayúsculas: no corresponde éticamente) estableció que para asegurarme esos cinco dólares debía juntar 9.999 billetes más que el que ya tenía.
El Presidente E. A. Duhalde me obligó a triplicar esos 10 mil billetes para mantenerme en 5 unidades de la divisa estadunidense. Hoy nos estamos manteniendo en esa relación.
Ahora habría que evaluar cuál fue el cambio en mi sueldo para determinar cuánto de mi esfuerzo iba a parar a los acopiadores del dólar. De acá y de afuera. Con el Plan Austral debía andar en los mil dólares de ingreso mensual. Ahora llego a menos del 40% de eso.
Consideremos que presido una familia de adultos; que mantengo dos trabajos. Que pude acceder a un título universitario, que no he encontrado oportunidad de hacerlo valer (tanto para los demás, que me favorecieron estudios gratuitos, como para mi grupo familiar).
Puedo calcular que de 10 unidades que obtenía hace 20 años, hoy sólo logro apenas 4, y que el resto se lo terminaron engullendo los financistas internacionales (dueños del poder real, político y económico).
Pero no debo dejar de saber que la gran mayoría argentina (y de todos los países dependientes) se ha empobrecido severamente, concentrándose la riqueza en cada vez menos gente y ampliando una sociedad injusta e infeliz.
Han recurrido a las dictaduras, a la inflación, a los manejos monopólicos que nos enfermaron de corrupción. Tras la segunda guerra mundial, después de las bombas atómicas que sometieron a Japón, de la instalación de Israel en pleno infierno, el tablero mundial quedó preparado para el despliegue globalizador. Autosfiaxiado el socialismo virtual, faltando sólo arreglar con China, los financistas mayores diseñaron el devenir mundial.
Nos metieron en una deuda gigantesca e irrisoria. Se están llevado (y dejándoles a sus asociados locales) lo mejor de nuestra sangre.
La clase media, que es el motor de las democracias económicas, cayó a una ínfima proporción en poco tiempo. Borraron la vida gremial, vaciaron a los partidos políticos, corrompieron a las fuerzas de seguridad.
Hoy, todavía algunos aparentemente ingenuos hablan de las ventajas de un poco de inflación. Es que no tienen la dignidad de aceptar que la suba de precios no es otra cosa que un instrumento usado para entregarle a los pudientes el fruto del esfuerzo de las mayorías.
Al final, pensando en los del jet set y sus fucionarios a sueldo, pareciera que Kevin Spacey se quedó filmando su exitosa película “Los sospechosos de siempre”, disfrazado de Urquiza.