Notas de interés sociopolítico acerca de los caminos de fortalecimiento de la democracia. Incorporemos la fenomenología del poder a las disciplinas de interés humanista.
domingo, enero 22, 2006
Doliente historia de la corrupción
Tiempos ha, cuando el poder genuino era mucho menos discutido y despreciado que en la actualidad, los destinos se mostraban más pródigos y claros.
Pero, ocurrió que el desarrollo creciente de las burguesías permitioles tal tasa de acumulación que pusieron en jaque el dominio legítimo de las familias reconocidas por Dios. Así, el gran comercio, extendido en su internacionalidad y, consecuentemente, la supremacía financiera acompañada del despliegue de los medios de transporte, consolidaron el poder burgués.
De ese modo, con los tiempos, aristocracia y burguesía debieron asociarse para que la primera pudiera sostener financieramente su estilo y el empresariado consiguiera una mayor distinción social que la que le permitía el liberalismo populista.
La mutación del poder reprendente en un sistema legal de libertades simuladas permitió edificar un esquema en el cual el gobierno de una sociedad aparentaba consolidarse como dominio ciudadano. El poder aparente se repartía entre la procuración de lo justo, en el aliento y la administración de lo económico y en el pretendido asambleísmo de congresos permanentes.
Henos aquí que el poder de siempre debió acomodar (propósito con el cual está siempre comprometido) sus veleidades a las formas de los sistemas representativos y republicanos. Las grandes fortunas definieron sus espacios nacionales, se repartieron dotes regionales y sedujeron a una clase dirigencial a cumplir con las funciones del poder aparente.
Esa acomodación de las llamadas democracias a los designios de las potencias trasnacionales es lo que se conoce como corrupción.
Y la forma de atajar esa degradación es ir modificando los defectos del sistema representativo: federalizar, darle definitivo carácter de asamblea a los congresos y concejos y despartidizar los organismos ejecutivos.
Será urgente recuperar un esquema de partidos en una confianza ciudadana recobrada.
Los partidos serán los genuinos intermediarios entre las bases populares y los funcionarios. Ese rol no lo pueden seguir cumpliendo los medios de comunicación, que son meras herramientas del poder permanente.