viernes, enero 06, 2006

Concentrar poder es pecado



Vivimos momentos de peligrosa disolución nacional.

Seguramente, lo que nos pasa es el resultado de la corrupción del sistema económico mundial. La economía de mercado, imaginada en libertad e igualdad, ha desvirtuado en un mundo donde se globalizaron las diferencias sociales y se acentuaron las riquezas de pocos y las angustias de casi todos.

En un orden que debe ser fundamentalmente democrático, de paridad de oportunidades y de estabilidad política, los monopolios afirmaron un escenario de inequidad creciente y de gran inseguridad.

La economía de mercado pretendía consolidar las libertades. Termina pervirtiéndose en un orden internacional disciplinado por los poderes financieros con bandera estadounidense. No es el Pueblo norteamericano el culpable de este camino ineludible al fascismo. Lo son los dominadores de las finanzas, que controlan a los gobiernos, que rigen la producción y someten a los consumidores a sus caprichos insaciables.

Nuestro País ve acrecentar las miserias y renunciar a toda soberanía. Cada vez más, los antojos de los organismos financieros mundiales son inexcusables para los jefes de turno. Se legisla y se ejecuta en mérito a los fundamentalismos aumentando los problemas de inequidad y violencia. El desempleo atormenta a las familias y
oscurece los horizontes juveniles. La destrucción de la economía engorda a los usureros de afuera y de adentro.

¿Qué podemos hacer?

Las prioridades tienen que ver con recuperar la confianza popular frenando la corrupción. Se necesita a los partidos políticos para preparar dirigencia y programas. Pero esos partidos no pueden seguir siendo cáscaras vacías. Hay que llenarlos de gente. Se deben recrear desde la base: las ciudades. Deben alentarse las agrupaciones municipales, para luego reunirlas regionalmente, por sus provincias y a nivel nacional finalmente.

Las Casas universitarias deben comprometerse en la consolidación de los partidos, atendiendo decididamente a las cuestiones locales para definir alternativas de arreglo.
Las ciudades deben ser el marco propicio para el desarrollo de formas asociativas del consumo, como las cooperativas o mutuales. Reunir a los consumidores es darles capacidad de discusión de precios, calidades, cantidades ante los productores. Esta posición permitirá reducir riesgos e incertidumbres empresarias. Y, fundamentalmente, comprometerá a la gente en el diseño de la economía, lo cual hoy es privilegio de los empresarios (y de los financistas, sobre todo).