Se anunció que la venta de autos usados aumentó un 12% respecto de un año atrás.
No se entiende cómo surgen esas cifras dado que el traspaso se hace, en buena medida, seguramente, sin pasar por la AFIP.
De todas maneras, la noticia puede estar reflejando que la gente reorienta sus ahorros pasándose de ciertos consumos (como el turismo afuera) al de los autos. (No es extraño oír que un chico que engancha un primer trabajo está pensando rápidamente en un autito).
O bien, que en vez de tirarse a un 0 km, se van acercando a través de un usado más cercano al nuevo. (Habría que ver cómo le fue a los 0 km en ese periodo en que creció la venta de usados).
Estamos parados sobre una economía fuertemente distorsionada, donde los ítems productivos tienen ya escasísima relación con las características del mercado. Queremos decir que en un País donde hay chicos que se mueren de hambre; donde los hospitales están pobremente surtidos de gasas y alcohol; donde hay provincias ricas y pobres; donde los maestros se pasan la mitad del año peleando por aumentos, no puede haber una industria como la de los automóviles.
Es inimaginable lo que se dilapida en matricerías, patentes de diseño, dividendos repatriados y presiones sobre el gobierno por parte de un grupo de capitales con semejante poder e influencia. Desde siempre se han jactado en ocupar gran parte de la fuerza laboral argentina. Además, absorben y comandan buena porción de la capacidad financiera nacional.
Chile no produce nada de autos. Y los vende a la mitad de los precios argentinos. Y el gobierno trasandino se salva de la enorme presión de esos intereses sectoriales.
La repugnante historia de entregas al capricho externo, que se acentuó con la sociedad neoliberal- menemista, reforzó la desvirtuación de nuestra producción. Hoy, dependemos de las lluvias (mientras cedemos apuradamente selvas, bosques y lagos en pos de la soja y los espacios estériles) para alentar nuestra principal fuente de ingresos.
Deberíamos avergonzarnos de la cantidad de modelos y marcas que se fabrican y de todos los gastos que insume justificarlo ante la gente (publicidad mediante) cuando buena parte de esos recursos tendría que ser dirigida a promover inversiones que ayuden a recuperar algo de soberanía económica. O sea, infraestructura de producción y servicios, créditos accesibles para el consumo y las empresas, etc.
Y si uno atiende a cómo razona la gente, se da cuenta del mareo que provoca el poder de la gran industria, dominando los medios de comunicación y la opinión pública.
Dejando de lado lo de las mamás que piden el segundo coche para ir a buscar los chicos a la escuela o al jardín, la compra de un auto supone un gasto oculto que debe transparentarse. Sépase que un coche de 15 mil pesos compromete 700, por lo menos, de la capacidad económica del propietario. Piénsese en patentes, amortizaciones, cochera, mantenimientos, combustibles, seguro y otros, de los que no se salva nadie.
Es muy razonable elegir entre tener un usado de 15 mil o tomar unos 8 viajes cortos en taxi por día (liberándose de choques, roces, disgustos, y todos los gastos enumerados al tener que manejar por uno mismo la unidad).
La corrupción no es sólo el acto por el cual un funcionario desgraciado se apropia de lo que debería ser de todos. La corrupción es la degradación ética de una sociedad que va desparramándose por todos los ámbitos. Nace en la falta de democracia y muere en la represión autocrática (o descargando ese excremento moral en la “liberación” de otros, como le pasó a Irak).
Ese abuso de poderes, ejercido por monopolios privados y públicos, lleva a una sociedad al ejercicio de patrones de conducta que degradan la convivencia y arriesgan la paz. Lamentablemente, lo que se pueda querer presentar como democracia es incompatible con la concentración económica y política.
No se entiende cómo surgen esas cifras dado que el traspaso se hace, en buena medida, seguramente, sin pasar por la AFIP.
De todas maneras, la noticia puede estar reflejando que la gente reorienta sus ahorros pasándose de ciertos consumos (como el turismo afuera) al de los autos. (No es extraño oír que un chico que engancha un primer trabajo está pensando rápidamente en un autito).
O bien, que en vez de tirarse a un 0 km, se van acercando a través de un usado más cercano al nuevo. (Habría que ver cómo le fue a los 0 km en ese periodo en que creció la venta de usados).
Estamos parados sobre una economía fuertemente distorsionada, donde los ítems productivos tienen ya escasísima relación con las características del mercado. Queremos decir que en un País donde hay chicos que se mueren de hambre; donde los hospitales están pobremente surtidos de gasas y alcohol; donde hay provincias ricas y pobres; donde los maestros se pasan la mitad del año peleando por aumentos, no puede haber una industria como la de los automóviles.
Es inimaginable lo que se dilapida en matricerías, patentes de diseño, dividendos repatriados y presiones sobre el gobierno por parte de un grupo de capitales con semejante poder e influencia. Desde siempre se han jactado en ocupar gran parte de la fuerza laboral argentina. Además, absorben y comandan buena porción de la capacidad financiera nacional.
Chile no produce nada de autos. Y los vende a la mitad de los precios argentinos. Y el gobierno trasandino se salva de la enorme presión de esos intereses sectoriales.
La repugnante historia de entregas al capricho externo, que se acentuó con la sociedad neoliberal- menemista, reforzó la desvirtuación de nuestra producción. Hoy, dependemos de las lluvias (mientras cedemos apuradamente selvas, bosques y lagos en pos de la soja y los espacios estériles) para alentar nuestra principal fuente de ingresos.
Deberíamos avergonzarnos de la cantidad de modelos y marcas que se fabrican y de todos los gastos que insume justificarlo ante la gente (publicidad mediante) cuando buena parte de esos recursos tendría que ser dirigida a promover inversiones que ayuden a recuperar algo de soberanía económica. O sea, infraestructura de producción y servicios, créditos accesibles para el consumo y las empresas, etc.
Y si uno atiende a cómo razona la gente, se da cuenta del mareo que provoca el poder de la gran industria, dominando los medios de comunicación y la opinión pública.
Dejando de lado lo de las mamás que piden el segundo coche para ir a buscar los chicos a la escuela o al jardín, la compra de un auto supone un gasto oculto que debe transparentarse. Sépase que un coche de 15 mil pesos compromete 700, por lo menos, de la capacidad económica del propietario. Piénsese en patentes, amortizaciones, cochera, mantenimientos, combustibles, seguro y otros, de los que no se salva nadie.
Es muy razonable elegir entre tener un usado de 15 mil o tomar unos 8 viajes cortos en taxi por día (liberándose de choques, roces, disgustos, y todos los gastos enumerados al tener que manejar por uno mismo la unidad).
La corrupción no es sólo el acto por el cual un funcionario desgraciado se apropia de lo que debería ser de todos. La corrupción es la degradación ética de una sociedad que va desparramándose por todos los ámbitos. Nace en la falta de democracia y muere en la represión autocrática (o descargando ese excremento moral en la “liberación” de otros, como le pasó a Irak).
Ese abuso de poderes, ejercido por monopolios privados y públicos, lleva a una sociedad al ejercicio de patrones de conducta que degradan la convivencia y arriesgan la paz. Lamentablemente, lo que se pueda querer presentar como democracia es incompatible con la concentración económica y política.