Soy locutor. Trabajé en Radio y TV. Dejé cuando recién aparecía la transmisión en FM y la tele era en blanco y negro (y grises).
Pasé años apasionantes. Un operador de radio se masacraba durante 6 horas pinchando discos, mandando cintas, empalmando jingles, abriendo micrófonos, sacando al aire móviles, atendiendo grabadoras. Un locutor mezclaba tandas, temas musicales y presentaba audiciones en las 6 horas de convivencia con el operador.
Después llegaron las FM. Aceptando el valor que tienen las voces barriales, dejando de lado la pauperización estética de esas apariciones, es lamentable el estancamiento que se da en esos medios de comunicación. Hablo, a nivel bahiense (y, seguramente, regional).
Demasiadas voces inescuchables, repetición de moldes y fórmulas chabacanas y de escasa pretensión plástica. Pero, sobre todo, una falta indiscutible de pasión, ahogada por urgencias económicas y pobrísima capacitación.
¿Es que hay que escuchar, día por medio, los mismos temas musicales en cada programación? No pueden tomarse el trabajo de elegir algún tema distinto de los músicos más conocidos, que deje ver que hay alguna preocupación por proponer cosas nuevas?
No es cierto que exista un compromiso de las emisoras con los distribuidores de grabaciones musicales. Cuando se recurre a un tema de onda se lo hace más para que el oyente se identifique y permanezca en la audiencia que por un premio a recibir del sello.
A lo mejor, por arrastre de la chatura televisiva porteña (que es hegemónica en la TV abierta), lo que se hace en las pantallas o en la Radio del interior no escapa de esos moldes. (Dicen que en Córdoba y en alguna otra provincia hay interés en lo contrario).
Los medios argentinos siempre se destacaron por la improvisación, el exceso de la comercialización en deportes y la búsqueda de la noticia impactante (exaltando miedos, angustias, misterios y morbosidades). En ese terreno, producciones como la chilena marcaron niveles de estética muy superiores a los nuestros.
Por supuesto que la legislación sobre radiodifusión (o sea, Radio más TV) nunca llegó a terminarse y, menos, a aplicarse, porque primaron los intereses de los mayores capítales, dueños (hoy, después de Menem y más que nunca) de esas empresas.
Está bien que la democratización que anhelamos pueda tener que ver con una FM en cada manzana. Pero sería conveniente que las escuelas de arte y las universidades se metieran mucho más en la generación de lo estético, que empujaran talentos incipientes y se hicieran escuchar para mejorar el aire que sufrimos.