Nos disgusta la actitud de Néstor Carlos Kirchner de buscar pelea permanentemente con sus rivales políticos. Es intolerante. E intolerable.
O, acaso, ¿cuántas veces convocó a la oposición a dialogar sobre cuestiones de gobierno? Se mofa de los oponentes tratando de ridiculizarlos, como hizo con el destagastado F. De la Rúa. O desprecia y agrede, como hizo ante la negativa en bloque para que achicara al Consejo de la Magistratura.
Tras la inmensa tarea que encarara R.R. Alfonsín para canalizar la democracia, respaldándose en asesores de autoridad moral y de toda bandería, enjuiciando a los responsables del último genocidio, promoviendo una ley diferente de encuadre de los sindicatos y un fabuloso Plan Austral de ordenamiento económico, llegó la indetenible ansiedad menemista. Hubo que frenar el camino al precipicio reelectoralista con una reforma constitucional, que en 1994 nos dejó, entre otras cuestiones centrales, la racionalización del presidencialismo. Se impuso una jefatura de gabinete como mediadora ante el Congreso y fusible de los riesgos que enfrentase la primera magistratura.
Esa innovación, tomada de ordenamientos políticos experimentados, refuerza la jerarquía del presidente. Es y debe ser el máximo representante de la ciudadanía, de la argentinidad. Elegido por una parte de los votantes, asume como el mandatario de todos. Esa es la idea democrática cabal que otorga al líder del Ejecutivo el atributo y la obligación de servir a todos y a cada uno de los argentinos de bien.
Pero NCK no lo entiende. O, por lo menos, parece que no lo acepta.
Sus conflictos con dirigentes partidarios y sectoriales demuestran que para él ser presidente es como ser el más guapo, cueste lo que cueste.
Dividió al peronismo, ofendió a contrincantes en su afán de pasar a ser visto como un prócer de la unidad sudamericana. En vez de prepararse para extender su mandato (seguramente lo del FMI tiene esa intención: sacar al Fondo del escenario político) debería dedicarse a consolidar esta humildísima democracia que hoy todavía tratamos de sostener. Convocar, debatir, valorar opiniones y críticas es lo que le reclamamos.
Notas de interés sociopolítico acerca de los caminos de fortalecimiento de la democracia. Incorporemos la fenomenología del poder a las disciplinas de interés humanista.
viernes, enero 27, 2006
domingo, enero 22, 2006
Doliente historia de la corrupción
Tiempos ha, cuando el poder genuino era mucho menos discutido y despreciado que en la actualidad, los destinos se mostraban más pródigos y claros.
Pero, ocurrió que el desarrollo creciente de las burguesías permitioles tal tasa de acumulación que pusieron en jaque el dominio legítimo de las familias reconocidas por Dios. Así, el gran comercio, extendido en su internacionalidad y, consecuentemente, la supremacía financiera acompañada del despliegue de los medios de transporte, consolidaron el poder burgués.
De ese modo, con los tiempos, aristocracia y burguesía debieron asociarse para que la primera pudiera sostener financieramente su estilo y el empresariado consiguiera una mayor distinción social que la que le permitía el liberalismo populista.
La mutación del poder reprendente en un sistema legal de libertades simuladas permitió edificar un esquema en el cual el gobierno de una sociedad aparentaba consolidarse como dominio ciudadano. El poder aparente se repartía entre la procuración de lo justo, en el aliento y la administración de lo económico y en el pretendido asambleísmo de congresos permanentes.
Henos aquí que el poder de siempre debió acomodar (propósito con el cual está siempre comprometido) sus veleidades a las formas de los sistemas representativos y republicanos. Las grandes fortunas definieron sus espacios nacionales, se repartieron dotes regionales y sedujeron a una clase dirigencial a cumplir con las funciones del poder aparente.
Esa acomodación de las llamadas democracias a los designios de las potencias trasnacionales es lo que se conoce como corrupción.
Y la forma de atajar esa degradación es ir modificando los defectos del sistema representativo: federalizar, darle definitivo carácter de asamblea a los congresos y concejos y despartidizar los organismos ejecutivos.
Será urgente recuperar un esquema de partidos en una confianza ciudadana recobrada.
Los partidos serán los genuinos intermediarios entre las bases populares y los funcionarios. Ese rol no lo pueden seguir cumpliendo los medios de comunicación, que son meras herramientas del poder permanente.
miércoles, enero 18, 2006
¡Cuántas contradicciones!
Se anunció que la venta de autos usados aumentó un 12% respecto de un año atrás.
No se entiende cómo surgen esas cifras dado que el traspaso se hace, en buena medida, seguramente, sin pasar por la AFIP.
De todas maneras, la noticia puede estar reflejando que la gente reorienta sus ahorros pasándose de ciertos consumos (como el turismo afuera) al de los autos. (No es extraño oír que un chico que engancha un primer trabajo está pensando rápidamente en un autito).
O bien, que en vez de tirarse a un 0 km, se van acercando a través de un usado más cercano al nuevo. (Habría que ver cómo le fue a los 0 km en ese periodo en que creció la venta de usados).
Estamos parados sobre una economía fuertemente distorsionada, donde los ítems productivos tienen ya escasísima relación con las características del mercado. Queremos decir que en un País donde hay chicos que se mueren de hambre; donde los hospitales están pobremente surtidos de gasas y alcohol; donde hay provincias ricas y pobres; donde los maestros se pasan la mitad del año peleando por aumentos, no puede haber una industria como la de los automóviles.
Es inimaginable lo que se dilapida en matricerías, patentes de diseño, dividendos repatriados y presiones sobre el gobierno por parte de un grupo de capitales con semejante poder e influencia. Desde siempre se han jactado en ocupar gran parte de la fuerza laboral argentina. Además, absorben y comandan buena porción de la capacidad financiera nacional.
Chile no produce nada de autos. Y los vende a la mitad de los precios argentinos. Y el gobierno trasandino se salva de la enorme presión de esos intereses sectoriales.
La repugnante historia de entregas al capricho externo, que se acentuó con la sociedad neoliberal- menemista, reforzó la desvirtuación de nuestra producción. Hoy, dependemos de las lluvias (mientras cedemos apuradamente selvas, bosques y lagos en pos de la soja y los espacios estériles) para alentar nuestra principal fuente de ingresos.
Deberíamos avergonzarnos de la cantidad de modelos y marcas que se fabrican y de todos los gastos que insume justificarlo ante la gente (publicidad mediante) cuando buena parte de esos recursos tendría que ser dirigida a promover inversiones que ayuden a recuperar algo de soberanía económica. O sea, infraestructura de producción y servicios, créditos accesibles para el consumo y las empresas, etc.
Y si uno atiende a cómo razona la gente, se da cuenta del mareo que provoca el poder de la gran industria, dominando los medios de comunicación y la opinión pública.
Dejando de lado lo de las mamás que piden el segundo coche para ir a buscar los chicos a la escuela o al jardín, la compra de un auto supone un gasto oculto que debe transparentarse. Sépase que un coche de 15 mil pesos compromete 700, por lo menos, de la capacidad económica del propietario. Piénsese en patentes, amortizaciones, cochera, mantenimientos, combustibles, seguro y otros, de los que no se salva nadie.
Es muy razonable elegir entre tener un usado de 15 mil o tomar unos 8 viajes cortos en taxi por día (liberándose de choques, roces, disgustos, y todos los gastos enumerados al tener que manejar por uno mismo la unidad).
La corrupción no es sólo el acto por el cual un funcionario desgraciado se apropia de lo que debería ser de todos. La corrupción es la degradación ética de una sociedad que va desparramándose por todos los ámbitos. Nace en la falta de democracia y muere en la represión autocrática (o descargando ese excremento moral en la “liberación” de otros, como le pasó a Irak).
Ese abuso de poderes, ejercido por monopolios privados y públicos, lleva a una sociedad al ejercicio de patrones de conducta que degradan la convivencia y arriesgan la paz. Lamentablemente, lo que se pueda querer presentar como democracia es incompatible con la concentración económica y política.
No se entiende cómo surgen esas cifras dado que el traspaso se hace, en buena medida, seguramente, sin pasar por la AFIP.
De todas maneras, la noticia puede estar reflejando que la gente reorienta sus ahorros pasándose de ciertos consumos (como el turismo afuera) al de los autos. (No es extraño oír que un chico que engancha un primer trabajo está pensando rápidamente en un autito).
O bien, que en vez de tirarse a un 0 km, se van acercando a través de un usado más cercano al nuevo. (Habría que ver cómo le fue a los 0 km en ese periodo en que creció la venta de usados).
Estamos parados sobre una economía fuertemente distorsionada, donde los ítems productivos tienen ya escasísima relación con las características del mercado. Queremos decir que en un País donde hay chicos que se mueren de hambre; donde los hospitales están pobremente surtidos de gasas y alcohol; donde hay provincias ricas y pobres; donde los maestros se pasan la mitad del año peleando por aumentos, no puede haber una industria como la de los automóviles.
Es inimaginable lo que se dilapida en matricerías, patentes de diseño, dividendos repatriados y presiones sobre el gobierno por parte de un grupo de capitales con semejante poder e influencia. Desde siempre se han jactado en ocupar gran parte de la fuerza laboral argentina. Además, absorben y comandan buena porción de la capacidad financiera nacional.
Chile no produce nada de autos. Y los vende a la mitad de los precios argentinos. Y el gobierno trasandino se salva de la enorme presión de esos intereses sectoriales.
La repugnante historia de entregas al capricho externo, que se acentuó con la sociedad neoliberal- menemista, reforzó la desvirtuación de nuestra producción. Hoy, dependemos de las lluvias (mientras cedemos apuradamente selvas, bosques y lagos en pos de la soja y los espacios estériles) para alentar nuestra principal fuente de ingresos.
Deberíamos avergonzarnos de la cantidad de modelos y marcas que se fabrican y de todos los gastos que insume justificarlo ante la gente (publicidad mediante) cuando buena parte de esos recursos tendría que ser dirigida a promover inversiones que ayuden a recuperar algo de soberanía económica. O sea, infraestructura de producción y servicios, créditos accesibles para el consumo y las empresas, etc.
Y si uno atiende a cómo razona la gente, se da cuenta del mareo que provoca el poder de la gran industria, dominando los medios de comunicación y la opinión pública.
Dejando de lado lo de las mamás que piden el segundo coche para ir a buscar los chicos a la escuela o al jardín, la compra de un auto supone un gasto oculto que debe transparentarse. Sépase que un coche de 15 mil pesos compromete 700, por lo menos, de la capacidad económica del propietario. Piénsese en patentes, amortizaciones, cochera, mantenimientos, combustibles, seguro y otros, de los que no se salva nadie.
Es muy razonable elegir entre tener un usado de 15 mil o tomar unos 8 viajes cortos en taxi por día (liberándose de choques, roces, disgustos, y todos los gastos enumerados al tener que manejar por uno mismo la unidad).
La corrupción no es sólo el acto por el cual un funcionario desgraciado se apropia de lo que debería ser de todos. La corrupción es la degradación ética de una sociedad que va desparramándose por todos los ámbitos. Nace en la falta de democracia y muere en la represión autocrática (o descargando ese excremento moral en la “liberación” de otros, como le pasó a Irak).
Ese abuso de poderes, ejercido por monopolios privados y públicos, lleva a una sociedad al ejercicio de patrones de conducta que degradan la convivencia y arriesgan la paz. Lamentablemente, lo que se pueda querer presentar como democracia es incompatible con la concentración económica y política.
sábado, enero 14, 2006
En los zapatos de DFC
Si asumimos el papel de DFC en 1991, nos animamos a imaginar su discurso de presentación de las medidas, agregándole consecuencias que el ministro ahorró en su anuncio:
Esta es una propuesta a elevar al Congreso nacional, como programa económico orientado al crecimiento y la equidad.
El plan se fundamenta en conseguir que la economía, basada en sólidos desempeños regionales, sea estable (no inflacionaria) y potencie las posibilidades productivas. No se soslaya la inserción de la Argentina en un mundo sostenido en las empresas de la libertad y la correspondiente minimización de las intromisiones estatales.
A modo de Introducción: se fija un punto de partida en el cual nuestra economía pasa a ser gemela de la del liderazgo mundial, la norteamericana. O sea, establecemos un 1 a 1 con la moneda estadounidense. Y de ahí, para siempre.
Es decir que nuestra economía queda fuertemente comprometida a desenvolverse según patrones y ritmos de la que conduce los mercados del orbe. Nuestra moneda será absolutamente igual al dólar.
La economía argentina deberá actuar respetando inversiones, ahorros, exportaciones, importaciones, endeudamientos, etc., en la máxima similitud a la de EEUU.
Vamos a demostrar que esta Argentina es capaz de crecer y repartir sus frutos de igual manera a lo que lo hacen nuestros hermanos del norte.
Todo aquel que tenga un peso podrá cambiarlo instantáneamente por un dólar. Y viceversa. Absolutamente. El Banco Central deberá respaldar cada peso circulante con un dólar y emitirá moneda sólo cuando tenga dólares en reserva.
El 1 a 1 permitirá que de una buena vez los argentinos podamos hacer dignamente turismo mundial. Lucir cada peso (dólar) con el genuino orgullo de usar la moneda más fuerte de todas.
A la vez, modernizaremos vigorosamente nuestro mercado interno al permitir la libre importación de todo tipo de herramientas y mercaderías. Nuestra industria quedará en situación de competir sin pausas, beneficiosamente, con la producción mundial. Lógicamente, aquel que no se las ingenie para igualarse a los estándares productivos internacionales deberá dejar su lugar a quien pueda hacerlo.
Este programa conseguirá que el Estado administre rigurosamente sus gastos. Ningún funcionario podrá comprometerse en erogaciones para las que no tenga estrictamente reservada su partida presupuestaria. De otro modo se caería en aumentar la deuda, lo que es inaceptable.
La AFIP será implacable con los evasores. Para que esto se entienda, arrancaremos muy desde la base persiguiendo implacablemente al más chico y al pequeño para que los grandes (evasores) entiendan con esos ejemplos que con este plan no se juega.
El desempleo caerá bruscamente porque las empresas ganarán en eficiencia generando más demanda de trabajo. Los intereses bajarán vigorosamente con el progreso de la economía y nadie podrá lucrar financieramente. Los bancos demostrarán que están para favorecer el crédito sano, útil y muy accesible y que su tarea no es perseguir el rédito descomunal sino gerenciar los préstamos, recurso fundamental de nuestra economía de mercado.
Tendremos el apoyo de los trabajadores porque verán que pasarán a cobrar en dólares, como en EEUU. A medida que la economía se fortalezca, los salarios irán alcanzando (en dólares) el nivel de lo que se paga afuera. Claro que esa diferencia permitirá reforzar la capacidad de gasto del Estado y de las firmas proveedoras de la gestión pública. Se privatizará la mayoría de las empresas administradas por el Estado para posibilitar inversiones que el Estado no puede ni debe llevar a cabo.
Alentaremos la inversión desde el exterior pues se deberá reconocer que por cada humilde pesito que se gana aquí...se están llevando un dólar.
Argentina será fuerte, inmune a las complicaciones internacionales porque nuestra moneda es el dólar. Nuestra bandera, también.
Esta es una propuesta a elevar al Congreso nacional, como programa económico orientado al crecimiento y la equidad.
El plan se fundamenta en conseguir que la economía, basada en sólidos desempeños regionales, sea estable (no inflacionaria) y potencie las posibilidades productivas. No se soslaya la inserción de la Argentina en un mundo sostenido en las empresas de la libertad y la correspondiente minimización de las intromisiones estatales.
A modo de Introducción: se fija un punto de partida en el cual nuestra economía pasa a ser gemela de la del liderazgo mundial, la norteamericana. O sea, establecemos un 1 a 1 con la moneda estadounidense. Y de ahí, para siempre.
Es decir que nuestra economía queda fuertemente comprometida a desenvolverse según patrones y ritmos de la que conduce los mercados del orbe. Nuestra moneda será absolutamente igual al dólar.
La economía argentina deberá actuar respetando inversiones, ahorros, exportaciones, importaciones, endeudamientos, etc., en la máxima similitud a la de EEUU.
Vamos a demostrar que esta Argentina es capaz de crecer y repartir sus frutos de igual manera a lo que lo hacen nuestros hermanos del norte.
Todo aquel que tenga un peso podrá cambiarlo instantáneamente por un dólar. Y viceversa. Absolutamente. El Banco Central deberá respaldar cada peso circulante con un dólar y emitirá moneda sólo cuando tenga dólares en reserva.
El 1 a 1 permitirá que de una buena vez los argentinos podamos hacer dignamente turismo mundial. Lucir cada peso (dólar) con el genuino orgullo de usar la moneda más fuerte de todas.
A la vez, modernizaremos vigorosamente nuestro mercado interno al permitir la libre importación de todo tipo de herramientas y mercaderías. Nuestra industria quedará en situación de competir sin pausas, beneficiosamente, con la producción mundial. Lógicamente, aquel que no se las ingenie para igualarse a los estándares productivos internacionales deberá dejar su lugar a quien pueda hacerlo.
Este programa conseguirá que el Estado administre rigurosamente sus gastos. Ningún funcionario podrá comprometerse en erogaciones para las que no tenga estrictamente reservada su partida presupuestaria. De otro modo se caería en aumentar la deuda, lo que es inaceptable.
La AFIP será implacable con los evasores. Para que esto se entienda, arrancaremos muy desde la base persiguiendo implacablemente al más chico y al pequeño para que los grandes (evasores) entiendan con esos ejemplos que con este plan no se juega.
El desempleo caerá bruscamente porque las empresas ganarán en eficiencia generando más demanda de trabajo. Los intereses bajarán vigorosamente con el progreso de la economía y nadie podrá lucrar financieramente. Los bancos demostrarán que están para favorecer el crédito sano, útil y muy accesible y que su tarea no es perseguir el rédito descomunal sino gerenciar los préstamos, recurso fundamental de nuestra economía de mercado.
Tendremos el apoyo de los trabajadores porque verán que pasarán a cobrar en dólares, como en EEUU. A medida que la economía se fortalezca, los salarios irán alcanzando (en dólares) el nivel de lo que se paga afuera. Claro que esa diferencia permitirá reforzar la capacidad de gasto del Estado y de las firmas proveedoras de la gestión pública. Se privatizará la mayoría de las empresas administradas por el Estado para posibilitar inversiones que el Estado no puede ni debe llevar a cabo.
Alentaremos la inversión desde el exterior pues se deberá reconocer que por cada humilde pesito que se gana aquí...se están llevando un dólar.
Argentina será fuerte, inmune a las complicaciones internacionales porque nuestra moneda es el dólar. Nuestra bandera, también.
martes, enero 10, 2006
Pobreza estética
Soy locutor. Trabajé en Radio y TV. Dejé cuando recién aparecía la transmisión en FM y la tele era en blanco y negro (y grises).
Pasé años apasionantes. Un operador de radio se masacraba durante 6 horas pinchando discos, mandando cintas, empalmando jingles, abriendo micrófonos, sacando al aire móviles, atendiendo grabadoras. Un locutor mezclaba tandas, temas musicales y presentaba audiciones en las 6 horas de convivencia con el operador.
Después llegaron las FM. Aceptando el valor que tienen las voces barriales, dejando de lado la pauperización estética de esas apariciones, es lamentable el estancamiento que se da en esos medios de comunicación. Hablo, a nivel bahiense (y, seguramente, regional).
Demasiadas voces inescuchables, repetición de moldes y fórmulas chabacanas y de escasa pretensión plástica. Pero, sobre todo, una falta indiscutible de pasión, ahogada por urgencias económicas y pobrísima capacitación.
¿Es que hay que escuchar, día por medio, los mismos temas musicales en cada programación? No pueden tomarse el trabajo de elegir algún tema distinto de los músicos más conocidos, que deje ver que hay alguna preocupación por proponer cosas nuevas?
No es cierto que exista un compromiso de las emisoras con los distribuidores de grabaciones musicales. Cuando se recurre a un tema de onda se lo hace más para que el oyente se identifique y permanezca en la audiencia que por un premio a recibir del sello.
A lo mejor, por arrastre de la chatura televisiva porteña (que es hegemónica en la TV abierta), lo que se hace en las pantallas o en la Radio del interior no escapa de esos moldes. (Dicen que en Córdoba y en alguna otra provincia hay interés en lo contrario).
Los medios argentinos siempre se destacaron por la improvisación, el exceso de la comercialización en deportes y la búsqueda de la noticia impactante (exaltando miedos, angustias, misterios y morbosidades). En ese terreno, producciones como la chilena marcaron niveles de estética muy superiores a los nuestros.
Por supuesto que la legislación sobre radiodifusión (o sea, Radio más TV) nunca llegó a terminarse y, menos, a aplicarse, porque primaron los intereses de los mayores capítales, dueños (hoy, después de Menem y más que nunca) de esas empresas.
Está bien que la democratización que anhelamos pueda tener que ver con una FM en cada manzana. Pero sería conveniente que las escuelas de arte y las universidades se metieran mucho más en la generación de lo estético, que empujaran talentos incipientes y se hicieran escuchar para mejorar el aire que sufrimos.
viernes, enero 06, 2006
Concentrar poder es pecado
Vivimos momentos de peligrosa disolución nacional.
Seguramente, lo que nos pasa es el resultado de la corrupción del sistema económico mundial. La economía de mercado, imaginada en libertad e igualdad, ha desvirtuado en un mundo donde se globalizaron las diferencias sociales y se acentuaron las riquezas de pocos y las angustias de casi todos.
En un orden que debe ser fundamentalmente democrático, de paridad de oportunidades y de estabilidad política, los monopolios afirmaron un escenario de inequidad creciente y de gran inseguridad.
La economía de mercado pretendía consolidar las libertades. Termina pervirtiéndose en un orden internacional disciplinado por los poderes financieros con bandera estadounidense. No es el Pueblo norteamericano el culpable de este camino ineludible al fascismo. Lo son los dominadores de las finanzas, que controlan a los gobiernos, que rigen la producción y someten a los consumidores a sus caprichos insaciables.
Nuestro País ve acrecentar las miserias y renunciar a toda soberanía. Cada vez más, los antojos de los organismos financieros mundiales son inexcusables para los jefes de turno. Se legisla y se ejecuta en mérito a los fundamentalismos aumentando los problemas de inequidad y violencia. El desempleo atormenta a las familias y
oscurece los horizontes juveniles. La destrucción de la economía engorda a los usureros de afuera y de adentro.
¿Qué podemos hacer?
Las prioridades tienen que ver con recuperar la confianza popular frenando la corrupción. Se necesita a los partidos políticos para preparar dirigencia y programas. Pero esos partidos no pueden seguir siendo cáscaras vacías. Hay que llenarlos de gente. Se deben recrear desde la base: las ciudades. Deben alentarse las agrupaciones municipales, para luego reunirlas regionalmente, por sus provincias y a nivel nacional finalmente.
Las Casas universitarias deben comprometerse en la consolidación de los partidos, atendiendo decididamente a las cuestiones locales para definir alternativas de arreglo.
Las ciudades deben ser el marco propicio para el desarrollo de formas asociativas del consumo, como las cooperativas o mutuales. Reunir a los consumidores es darles capacidad de discusión de precios, calidades, cantidades ante los productores. Esta posición permitirá reducir riesgos e incertidumbres empresarias. Y, fundamentalmente, comprometerá a la gente en el diseño de la economía, lo cual hoy es privilegio de los empresarios (y de los financistas, sobre todo).
lunes, enero 02, 2006
Tracción a sangre
Guardé un billete de cinco australes. Muestra a J.J. de Urquiza muy parecido a Kevin Spacey: como si lo estuviera representando.
Debe ser del 85. O del 86. En el reverso está dibujada la Libertad, con frigio y todo. No se destaca ningún texto. Es como si supieran que no valdría la pena gastarse mucho en el diseño.
Si se hace el cálculo: esos 5 australes equivaldrían a cinco dólares en pleno plan Austral. Seis años después de esa emisión, la Convertibilidad (perdón por usar mayúsculas: no corresponde éticamente) estableció que para asegurarme esos cinco dólares debía juntar 9.999 billetes más que el que ya tenía.
El Presidente E. A. Duhalde me obligó a triplicar esos 10 mil billetes para mantenerme en 5 unidades de la divisa estadunidense. Hoy nos estamos manteniendo en esa relación.
Ahora habría que evaluar cuál fue el cambio en mi sueldo para determinar cuánto de mi esfuerzo iba a parar a los acopiadores del dólar. De acá y de afuera. Con el Plan Austral debía andar en los mil dólares de ingreso mensual. Ahora llego a menos del 40% de eso.
Consideremos que presido una familia de adultos; que mantengo dos trabajos. Que pude acceder a un título universitario, que no he encontrado oportunidad de hacerlo valer (tanto para los demás, que me favorecieron estudios gratuitos, como para mi grupo familiar).
Puedo calcular que de 10 unidades que obtenía hace 20 años, hoy sólo logro apenas 4, y que el resto se lo terminaron engullendo los financistas internacionales (dueños del poder real, político y económico).
Pero no debo dejar de saber que la gran mayoría argentina (y de todos los países dependientes) se ha empobrecido severamente, concentrándose la riqueza en cada vez menos gente y ampliando una sociedad injusta e infeliz.
Han recurrido a las dictaduras, a la inflación, a los manejos monopólicos que nos enfermaron de corrupción. Tras la segunda guerra mundial, después de las bombas atómicas que sometieron a Japón, de la instalación de Israel en pleno infierno, el tablero mundial quedó preparado para el despliegue globalizador. Autosfiaxiado el socialismo virtual, faltando sólo arreglar con China, los financistas mayores diseñaron el devenir mundial.
Nos metieron en una deuda gigantesca e irrisoria. Se están llevado (y dejándoles a sus asociados locales) lo mejor de nuestra sangre.
La clase media, que es el motor de las democracias económicas, cayó a una ínfima proporción en poco tiempo. Borraron la vida gremial, vaciaron a los partidos políticos, corrompieron a las fuerzas de seguridad.
Hoy, todavía algunos aparentemente ingenuos hablan de las ventajas de un poco de inflación. Es que no tienen la dignidad de aceptar que la suba de precios no es otra cosa que un instrumento usado para entregarle a los pudientes el fruto del esfuerzo de las mayorías.
Al final, pensando en los del jet set y sus fucionarios a sueldo, pareciera que Kevin Spacey se quedó filmando su exitosa película “Los sospechosos de siempre”, disfrazado de Urquiza.
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