Pensemos en el arte y las técnicas que
propone el ingenio. En ese sentido decimos ingeniería.
La imaginación de escenarios políticos
internos y foráneos, la identificación de actores y conjuntos de
fuerzas sociales, la comprensión histórica, la interpretación del
presente y las proyecciones del porvenir de las sociedades serían el ámbito de la ingeniería política.
Es extraño darse cuenta que en las
universidades públicas no existe una carrera que abarque ese mundo. A
lo mejor, es la tradicional coherción conservadora, que dio origen al
estilo disciplinante, correctivo y represor que nos domina, la causa
básica de esa carencia.
Es hora de “ponerse los pantalones
largos”. Deberíamos impulsar aquí y en toda Sudamérica la
urgencia de organizar y coordinar proyectos de ese tipo.
Se trata de capacitarnos en generar objetivos y estrategias del largo plazo, con compromiso y
permanencia para metas profundas de cambio. Habrá que salir de la
hipocresía vestida de democracia que reina para caminar hacia una más
auténtica democracia. Que el mañana se llene de equidad, paz y
esperanzas. El Brasil de junio es la muestra mas choqueante de que
las masas no son felices ni encuentran como acercarse a condiciones
de dignidad.
El sistema político imperante es pobre
como hacedor de reparaciones consistentes y durables e ilusiones que
movilicen el futuro.
Si seguimos usando la Historia para
justificar espacios de poder; si tratamos de entender la Economía
menospreciando una fenomenología del poder, los gastos sociales en
formar humanistas sólo seguirán siendo un malgasto.
Imaginemos cerreras de compromiso con
la realidad y que entusiasmen a aquellos que necesitamos volcar a los
demás nuestra voluntad de democracia.
Esta alternativa puede llevar a
solucionar el vacío de los partidos, que nos dejó sin doctrinas ni
escuelas de dirigentes. Las casas de estudio podrán pergeñar
diagnósticos y alternativas y dejar que diferentes líneas de gestión
social se identifiquen y los lleven adelante en cada proceso
electoral.