La alta concentración de capitales que
caracteriza la situación económica nacional es irreversible.
El modelo imperante, con un aparato
público que crece en el dominio de sectores productivos y la
asociación con monopolios financieros (y sus extensiones comerciales
y productivas) nos da un escenario imposible de revertir.
Esto no es resultado de la estrategia
kirchnerista. Viene de la instalación de las fuerzas que acompañaron
a C.S.Menem, tras los bloqueos provocados por las hiperinflaciones y
la consecuente vuelta de D.F. Cavallo al PEN. Con el plan de
convertibilidad se reforzó el desmesurado endeudamiento y el
achicamiento de la capacidad industrial.
N.C.Kirchner cimentó su propuesta a
través de un grupo político que absorbió enormes recursos
financieros explotando un esquema de novedosa y potente corrupción.
Los dueños concentrados de la
economía, usando finanzas administradas por el Estado y otras de la
banca pública, nos han aportado un esquema de dominio que puede no
tener reversión. La monopolización asfixió a la pequeña y mediana
empresa.
La democracia se fundamenta en un poder
altamente repartido, de tal modo que nadie alcance posiciones de
mando fuera de la forma en que lo admite nuestra institucionalidad.
Eso ya es historia. El conflicto central de hoy es el grupo
gobernante enfrentado a un multimedio. Todo lo que brota es efecto de
esa pelea. Hasta la cristinización de la Justicia.
Las estructuras de la oposición fueron
desmanteladas por ambos contendientes. Los tiempos electorales urgen
y oscurecen toda posibilidad de cambio.
Nuestro horizonte es desalentador. Una
economía dirigida por los agentes de la producción se encamina al
crecimiento monopólico. El más importante recurso que conduciría a
un equilibrio de poderes reside en la potenciación del papel de los
consumidores. Sea por la cooperativización u otras formas
mutualistas.
Todo un desafío...