sábado, abril 13, 2013

La inflación como estrategia perversa


La inflación es el cambio creciente y sostenido del promedio general de los precios.
De acuerdo a la costumbre, se trata de definir el término medio del valor de todos los bienes apreciables en moneda y dictaminar inflación cuando ese promedio aumenta con persistencia.
Esa medida tiene efectos sobre los precios que pasan a formarse: salarios, transporte, alimentos, vehículos de la producción, vestimenta, etcétera.
Hay hombres de estado que han aprobado un poquito de inflación como motor del consumo dada la especulación popular de pagar menos hoy que mañana.
La teoría típica casi no quiere hacer mención de que la inflación es un mecanismo de continua absorción de la capacidad de compra de quienes sobreviven con una renta fija (sueldos, jubilaciones) por parte de los que manejan recursos de especulación financiera y de las urgencias estatales para solucionar gastos.
Dejando de lado la naturaleza del tema: de que es una medida difícil, imprecisa , la inflación sirve para nada. O, como en el caso actual, es el aprovechar un recurso para achicar a la clase media (dentro de un proceso de concentración de la oferta).



¿Para qué hay que mezclar el total de los bienes de una economía, asumiendo que son de consumo generalizado? ¿Cuál será la intención de agruparlos en desconsideración de que un grupo familiar no usa cosechadoras ni centrales nucleares, por ejemplo? O que a una petrolera muy poco le interesa la modificación de precios de las hortalizas.
La democracia se fundamenta en la justicia social, en la equidad, el pleno empleo (humano y material) y en la admirable dinámica de generar permanentemente oportunidades de esa ocupación. No hay objetivo superior de la autoridad que el que la compromete a promover el uso global, organizado y eficaz de personas y cosas.
La inflación es una idea estúpida, estéril y equívoca. Es, mejor, la medida palmaria del fracaso de los gobernantes. Es decir: cuando se acepta que el propósito loable es sostener la democracia, mantenerse en inflación es degradar la condición de los menos pudientes. Un fracaso político (salvo en los llamados regímenes populistas).
Con un modelo como el que actualmente distingue a la Argentina, en el cual la concentración es la prioridad ejecutiva y el poder unitario procura aceleradamente asociar a los grandes de la producción material y financiera para reforzar ese camino a la unicidad y el continuismo, la inflación es una poderosa herramienta.
Basta remarcar que las grandes comercializadoras se proveen con hasta un 60% de descuento sobre los precios que pagan pequeñas y mediana empresas; o que tienen vías liberadas para importar lo que necesiten, a diferencia de todas las restricciones que asfixian al negocio de menudeo.
La escalada de precios se neutraliza con autoridad, márgenes de negociación, credibilidad interna y externa y fortaleza institucional. No es éste el momento.