La inflación es el cambio creciente y sostenido del promedio general de los precios.
De acuerdo a la costumbre, se trata de definir el término medio
del valor de todos los bienes apreciables en moneda y dictaminar
inflación cuando ese promedio aumenta con persistencia.
Esa medida tiene efectos sobre los
precios que pasan a formarse: salarios, transporte, alimentos,
vehículos de la producción, vestimenta, etcétera.
Hay hombres de estado que han aprobado un
poquito de inflación como motor del consumo dada la especulación
popular de pagar menos hoy que mañana.
La teoría típica casi no quiere hacer
mención de que la inflación es un mecanismo de continua absorción
de la capacidad de compra de quienes sobreviven con una renta fija
(sueldos, jubilaciones) por parte de los que manejan recursos de
especulación financiera y de las urgencias estatales para solucionar
gastos.
Dejando de lado la naturaleza del tema:
de que es una medida difícil, imprecisa , la inflación sirve
para nada. O, como en el caso actual, es el aprovechar un recurso para achicar a la clase media (dentro de un proceso de concentración de la oferta).
¿Para qué hay que mezclar el total de
los bienes de una economía, asumiendo que son de consumo
generalizado? ¿Cuál será la intención de agruparlos en
desconsideración de que un grupo familiar no usa cosechadoras ni
centrales nucleares, por ejemplo? O que a una petrolera muy poco le
interesa la modificación de precios de las hortalizas.
La democracia se fundamenta en la
justicia social, en la equidad, el pleno empleo (humano y material)
y en la admirable dinámica de generar permanentemente oportunidades
de esa ocupación. No hay objetivo superior de la autoridad que el
que la compromete a promover el uso global, organizado y eficaz de
personas y cosas.
La inflación es una idea estúpida,
estéril y equívoca. Es, mejor, la medida palmaria del fracaso de
los gobernantes. Es decir: cuando se acepta que el propósito loable es sostener la democracia, mantenerse en inflación es degradar la condición de los menos pudientes. Un fracaso político (salvo en los llamados regímenes populistas).
Con un
modelo como el que actualmente distingue a la Argentina, en el cual la
concentración es la prioridad ejecutiva y el poder unitario procura
aceleradamente asociar a los grandes de la producción material y
financiera para reforzar ese camino a la unicidad y el continuismo, la inflación es una poderosa herramienta.
Basta remarcar que las grandes
comercializadoras se proveen con hasta un 60% de descuento sobre los
precios que pagan pequeñas y mediana empresas; o que tienen vías
liberadas para importar lo que necesiten, a diferencia de todas las
restricciones que asfixian al negocio de menudeo.
La escalada de precios se neutraliza con autoridad, márgenes de negociación, credibilidad interna y externa y fortaleza institucional. No es éste el momento.