Llegó desde el norte sueco. Vive allí desde bebé. Una familia la aceptó cuando la brutalidad golpista aplastó su familia. Tiene todos los rasgos típícos chilenos. Vino sola a Santiago porque Carabineros identificó a su hermano vivo, al que no conocía.
No ocultaba su ansiedad por el encuentro del día siguiente. Ansiosa y con miedo.
Dicen que el abrazo y las lágrimas y los besos conmovieron a todos los testigos. Él se la llevó enseguida para presentarle a su señora y sus hijos.
Esas vivencias de Santiago de este febrero son las propias de un Chile azotado por la desigualdad, la intolerancia. Un país productivo con las permanentes dudas sobre su destino. Una sociedad que debe armonizar las diferencias étnicas y culturales para pretender Paz.
Hoy son muy fuertes los poderes monopólicos que controlan el cobre y las finanzas, el comercio y los medios de comunicación. Y, sin embargo, el Partido Comunista está activo. No obstante, desde el oficialismo se grafica un profundo desprecio por Cuba y Venezuela y devoción por la fuerza de USA.
La gente de Sebastián Piñera Echenique, presidente y avezado empresario (descendiente de mandatarios chilenos), abusa de una actitud competitiva y exitista. Desvirtúan la función: no buscan la armonización social sino la disputa electoral. Hoy están reclamando que la ex Michele Bachelet (inminente candidata) pida perdón públicamente por presuntos errores. Se da lo que deploramos en nosotros, en Ecuador, Venezuela, Cuba: se promueven divisiones que se anteponen a los proyectos comunes. Los porvenires son inciertos y riesgosos.
Chile reparte mal y con escasa asistencia pública. No se entiende que en la historia cercana hubo una propuesta socializadora y la gente tiene memoria.
Y Bachelet puede volver a pesar de la aguerrida postura piñerista.