domingo, febrero 12, 2012

Se merece un homenaje

Es, hoy, el analista que más respetamos. Conmueve con la furia con la que golpea a todo lo que lo irrita. Su ira involucra a la globalidad del escenario, lo que demuestra que no tiene precio.
No sabríamos continuar con una lista de periodistas que nos susciten ese respeto. Quizá, Nelson Castro, a pesar de su compromiso con el grupo clarín.
Con dos Martín Fierro y un Konex en vitrina, diez libros editados y el pellejo salvado de la Triple A, este porteño de casi 67 ha volcado en la "Perfil" más reciente otra prueba de digna actitud de examen de la realidad:

La Presidenta convoca a que le escuchen otro discurso de ella en la Casa Rosada y cita incluso a los embajadores extranjeros, pero sólo para anunciar que el país irá a las Naciones Unidas, para pedirles la paz y no la guerra a los británicos, y –además– para revelar que, ¡treinta años después de aquella ignominia atroz! se abrirá un hospital psiquiátrico para atender a quienes estuvieron en Malvinas y han quedado afectados para siempre.
Habla el Gobierno de política de Estado, pero –en lugar de tender una mesa y hablar de igual a igual con quienes representan al 46% de los votantes– sienta a los referentes opositores para zamparles una nueva y embustera filípica. ¿Qué política “de Estado” es ésta? Sencillo, es así: vení, sentate, escuchame, y después andate a tu casa. Institucionalidad de cartón pintado: la Casa Rosada cree que política de Estado es que unos decidan y los otros escuchen en silencio. Papel abominable el de una oposición más perdida que nunca; daba pena ver cómo parecían regocijarse de la situación radicales, socialistas y macristas, contentos de salir en la foto y omitiendo que aceptaban interpretar el patético papel de muñecos de torta. Fueron la excusa perfecta para que el Gobierno se ufane de su recién descubierta civilidad: ¿vieron cómo somos de plurales y civilizados? ¡Invitamos a “la opo” y los sentamos en la primera fila de la platea nacional! Estaba toda la menesterosidad nacional, desde Manzano a Verbitsky, y desde Hadad a Szpolski, pasando por De Mendiguren y Moyano, sin olvidar a Bonafini y Patricia Bullrich. A esto se le llama “diálogo”, a una bajada de línea más verticalmente brutal que nunca, un guión cuya narrativa es inconfundible, una geometría política acerada e impenetrable. Hay quienes mandan y hay quienes escuchan. Todo llevado a un nivel que recuerda aquel abrazo “cicatrizador” de Menem con el almirante Isaac Rojas en 1989.

Arcaica en su pretensión de que puede mentir o ignorar aviesamente la historia en la era de Internet, la Presidenta califica de general “sanmartiniano” a Benjamín Rattenbach, el oficial que fue uno de los siete firmantes, el 10 de abril de 1963, del decreto-ley 2713, publicado en el Boletín Oficial siete días después, tal como reveló en este diario Emiliano G. Arnáez. Ese decreto critica, prohíbe y castiga con dureza la “presencia y actividades de las fuerzas antidemocráticas peronistas” y denomina “tirano prófugo” a Perón. Impresiona el nivel hasta chabacano de improvisación y lo primitivo de las técnicas de las que se vale este gobierno para su accionar.
Pero lo peor, lo más malsano, es –a mi juicio– la diseminada confusión nacional, esa pastosa aquiescencia que, como jarabe pegajoso, recorre el mundo de aquellas fuerzas y personalidades que pretenden diferenciarse del oficialismo y de sus mañas sempiternas para empaquetar a la sociedad con fugas in avanti, atajos, invenciones y puestas en escenas. Esto es lo grave: desde el muy conservador Federico Pinedo hasta el muy socialista Rubén Giustianini, pasando por el ancho espectro de radicales y peronistas de diversa coloratura, nadie se anima a desmarcarse del mito Malvinas. Nadie se atreve a decir que la Argentina padece de un pelotón de tragedias autóctonas infinitamente más acuciantes y prioritarias, y siempre irresueltas, para resolver, por las cuales no se emprenden cruzadas patrióticas.