sábado, diciembre 03, 2005

La salida es rumbear hacia la equidad


Una sociedad como la nuestra tiene la obligación de plantearse fuertes alternativas de gobierno que permitan recuperar democracia y aliviar la amargura de quienes padecen desprotección y hambre.

En serio. Hemos demostrado una enorme incapacidad para crear empleo. Nos distinguimos a lo largo de una década en la que, ostentando el 1 a 1 de Cavallo- Menem, aplastamos las fábricas argentinas, nos gastamos toda la plata en turismo al extranjero, les dimos a algunos pulpos el poder de las empresas públicas, diluimos partidos políticos y sindicatos y engordamos a los grandes dándoles la riqueza y el control de los medios de comunicación. Al mismo tiempo, llegamos a tocar los 200 mil millones de dólares de deuda externa.

Ese decenio infame abonó la corrupción en todos los órdenes: la justicia, la seguridad, la educación, la salud, la gobernabilidad.

Por supuesto que soportamos un ambiente mundial donde se consolidaba la vocación imperial que domina la política nortemericana y la de sus aliados europeos.

Pero es extraño que un país que pudo generar la confianza que nos metiera en semejante endeudamiento no sea socialmente capaz de forjar alternativas de recuperación.

Es llamativo que nos haya quedado una nación tan fragmentada como ésta, en la que subsisten mayorías sumamente empobrecidas con agraciados que sostienen consumos y veleidades de jet set.

Hacer política en democracia es rumbear hacia la equidad. O sea, tratar de igualar creativamente a los que sufren abajo con los que la gozan con escasa piedad (aunque cada vez, eso sí, con más miedo).

Pensemos por un momento qué nos quedó como economía argentina. El litoral atlántico lidera los modernismos. Se dan sectores de altísima capacidad de consumo: la turística, automovilística, de indumentaria y universitaria (la de los que se pueden ir afuera). Enfrente, las villas miseria, fuera de la economía de mercado, y una clase media (profesionales y comerciantes medianos) que se les acerca a los “elegidos” cuando consigue posibilidad de crédito.

La meta de la vida plena, fundada en el estilo de los pudientes, ha arrastrado a la producción industrial más importante a satisfacer veleidades extrañas. Así, tenemos varias fábricas de automóviles, que cubren una amplia gama de diversidades. Desde los más modestos de Fiat y VW hasta alguna línea de alto vuelo como la que originan GM o Ford. Claro que sigue importándose mucho (lo de la más alta gama y sofisticaciones, como los 4x4).

Una economía arrasada en sus fundamentos, monopolizada hasta lo insoportable en la terratenencia, en los grandes almacenes, en los servicios públicos, está obligada a sostener una estructura industrial de automotores que no puede corresponderse con una sociedad que encabeza los registros mundiales de desempleo (en países con economía de mercado).

Chile no fabrica: importa. Uruguay: apenas. Brasil, un gigante con el 70% de la población fuera del mercado, está en línea con nosotros.

Claro que el hambre oficial por dineros grava fortísimamente la adquisición de autos. En eso, se asocia a los caprichos de las terminales locales de coches. La mitad de un 0 km es impuesto. Y lo notable es que el valor del usado guarda en buena medida el afán recuperatorio de los impuestos pagados por el 0 km. ¡Qué distorsión! Los precios de los usados tienen que ver más con el recupero impositivo que con sus costos de producción y venta.

¡Fíjense adónde lleva la distorsión por el apoyo a las fábricas de autos! ¡¿Cuántos recursos, que podrán ser empleados en fortalecer producciones necesarias, se cuelan por el mercado de los automóviles?!

¿Acaso no sería suficiente fabricar tres tipos de auto, según usos específicos, y alentar a los inversores a poner la plata en líneas de producción que ayuden a recuperar empleo humano? Y esa industrialización es fundamental para reanimar el interior del país, dando sustancia a una genuina federalización.

Nuestra democracia tiene que enaltecer la solidaridad. Lo reclama la paz social.

Nos urge una vida pólítica plena, con partidos recuperados, federales y representativos, que ayuden a poner en fuga el dominio de las elites y permita reinstalar lo genuinamente argentino. Que no es otra cosa que tener en cuenta al prójimo, imponernos metas solidarias y darle cancha a la enorme riqueza nacional, que está expresada en los laboratorios, los escenarios y las cátedras más prestigiosas del planeta.