La evolución de la vida política nos
deja con la cruda vista de partidos vacíos. Han perdido entidad por
falta de representación social, de proyección de propuestas y de
formación de dirigentes y militantes.
Una mirada constructiva dejaría ver
que estamos en camino del monopartidismo. O del nulipartidismo. Y no
es para angustiarse.
Las PASO, que volveremos a ejercitar en
pocos días, son un inesperado recurso para vivir otra vez la
democracia ansiada, vilipendiada por los mecanismos electorales. Las
listas sábana, las candidaturas testimoniales, la licuación
partidaria con indiferenciación de banderas, nos fueron acercando a
una alternativa valiosa. Las “internas abiertas”, que podrán
servir para definir elegibles, funcionarían también para ofrecer
propuestas y programas a seleccionar por la ciudadanía.
Sería deseable que el fin del voto
obligatorio acompañe este progreso, para que elijan los que sienten
algún grado de compromiso con nuestro porvenir.
Sea a la altura de las comunas, las
provincias o la nación, esa preelección podrá satisfacer la
ausencia programática de los partidos y reemplazar este “intercambio
de figuritas” que desde hace unos años venimos practicando.
Imaginemos una jornada en la que se
pondrían a juicio proyectos y ejecutores sin distinción de banderas
y movidos, quizá, a resumir criterios para agruparlos en continentes
provinciales y del país.
El camino al partido único, de la mano
de la preelección general, no puede dejar de entusiasmar como
alternativa para respirar la democracia que les debemos a los que
vienen.