miércoles, mayo 22, 2013

Independencia


Es impracticable y falso en los actuales escenarios políticos hablar de independencia de los jueces y legisladores respecto de la presidencia nacional.
La realidad nos muestra que una autoridad fundada en altísima concentración frente a los mandatarios federales, que les adjudica recursos según coloratura partidaria o asociación de momento, es adversa a la democracia.
Una presidencia capaz de elegir y maniatar a los jueces tampoco conduce a una sociedad equitativa o justa. Desentenderse de la inflación, asumiendo el fracaso de no cumplir con un reparto ético y planchar toda iniciativa productiva (que no vaya de la mano del modelo corruptivo) es jugar para que los especuladores se enriquezcan ilimitadamente con la divisa menos prestigiosa en el mundo.
Esta simulación de democracia, llevada adelante hoy por un proyecto centralista, mezquino y provocador es seguramente el límite de corrupción al que se puede acceder con las reglas de juego en vigencia.
Habrá que cambiar las disposiciones constitucionales. Diputados y senadores no pueden ejercer con permanencia. Su facultad debe ser netamente asambleística: reunirse una o dos veces al año, en representación del cuadro de fuerzas políticas actuantes y volverse a casa después de votar los proyectos del Ejecutivo o los partidos y juzgar los hechos de los poderes paralelos: jueces y autoridad ejecutiva. Esto tanto a nivel de nación como de provincias.


Los jueces no pueden seguir arrogándose el privilegio de que un poder de semejante significación sea oportunidad de quienes estudiaron Derecho (y se graduaron bien o mal). ¿Por qué no puede un intelectual o un artista, o un probado profesional juzgar la conducta de sus semejantes? La apoyatura jurídica se la aportarán los sabedores y técnicos pero el criterio humanista que tiene que primar en un tribunal no merece seguir siendo atributo de los abogados.
Además y fundamentalmente, las causas no pueden ser arbitradas por vecinos. Los procesos trascendentes deben ser sometidos a cortes supranacionales, distantes del cuadro de factores de poder dominantes en una democracia.
Las municipalidades dejan ver una insostenible distorsión: los intendentes son los jefes del Ejecutivo, transformando a los planteles comunales en campos de cultivo y de caza. Deben ser autoridad máxima los titulares de los Concejos vecinales, mientras que las secretarías y direcciones del municipio conformarse con cuadros profesionales de concursada permanencia.
Por otra parte, tenemos que reconocer que los verdaderos representantes de la comunidad son los concejales. Deben poder actuar con la asistencia debida que fundamente sus decisiones. Si no, están sometidos a las presiones de Ejecutivo (votando a favor o procurando un espacio de oposición, según sea).
Por último, el llamado “cuarto poder” (que en un 80% es periodismo oficialista en este tiempo) tiene que agotarse en la hipocresía de su “independencia”. Ningún medio podrá serlo mientras dependa de un caudal publicitario. La manera de conseguir prensa honesta y cabal es favorecérsela a las agrupaciones políticas. Cada concepto mostrará una bandera que porte su identidad partidaria y se agotará la presunta “objetividad” de los grandes de siempre. El PEN (que ya los tiene, sobradamente) o las legislaturas y los jueces podrán contar también con sus canales de difusión. Todo el universo cultural, también.
La ingeniería sobre la que se basa nuestra realidad política es corrupta e inservible. El País de hoy, como otros muchos ejemplos del planeta, así lo muestran.