Nuestros problemas nacieron en la desigualdad. Las diferencias entre pobres y ricos se han ido acentuando y la debilidad económica de las familias se fue masificando.
La inflación, que no es otra cosa que el traspaso constante e indeseable de las posibilidades de consumo de los de abajo a los de arriba, es incontrolable desde que la distancia entre pudientes e impudientes se ha agrandado.
No valen las teorías; no sirven las estrategias políticas. Para colmo, en los países más débiles han ganado espacio los movimientos populistas que estimulan los procesos de concentración monopólica (privada y pública) y que se valen de los pobres para capturar sus votos con dádivas.
La urgencia consiste en potenciar estrategias que reduzcan las diferencias sociales, promoviendo inclusión, recuperación productiva y reparto justo.
Nuestro País es muy extenso, con baja densidad de población y reclama altísimos costos para cubrir las necesidades básicas. Nos estamos empobreciendo aceleradamente.