martes, agosto 16, 2011

La goleada pasajera

Dos cuestiones clave permiten entender lo que ocurrió el domingo.
CFK recibió un cuantioso caudal de votos. La oposición se extinguió. La mayoría votó una cuestión esencial: el ejercicio de la autoridad.


Autoridad y sistema político son los temas que estallaron ante el contundente escrutinio.
Somos una sociedad criada autoritariamente. Predominan las formas disciplinantes y represivas: en la escuela, en los grupos familiares, en el trabajo, en la universidad. Es valioso para el común ajustarse a lo que está dado. Aceptarlo. Algunas individualidades pueden destacarse e imponerse porque hay un mercantilismo que favorece su instalación y permanencia .
Pero la masa responde a la fuerza dominante. Esta sociedad asintió la brutalidad de procesos llevados a cabo por las fuerzas armadas cuando estallo el reclamo de orden.
Raúl R. Alfonsín abdicó aduciendo el "no saber, no querer, no poder". CS Menem se disolvió en la incontención del desbarajuste. Lo de De la Rúa no escapa a esta justificación. Conferida la autoridad, hay que cumplirla: para bien o para mal. Eso es básico en sociedades sin cultura política.
Argentina aceptó promover los cambios de autoridades civiles a través de espasmódicos  muestreos de figuritas. Cada vez más. En cada momento electoral surgen frentes y uniones que procuran imponer rostros y sonrisas. Y algunas promesas en la voluntad de corregir las grandes angustias: la inseguridad, el desempleo, la corrupción.
Sin partidos políticos instituidos, reconocidos, durables no es posible sostener un sistema de representatividad.
El deseable propósito de democracia choca en la Argentina con un agotado, vaciado esquema de casas políticas: las que creen proyectos, formen dirigentes, controlen representantes. Partidos (cuantos menos, mejor, quizá) que reflejen los intereses de los diversos sectores y que no dependan en su evolución de los patrocinantes más ricos y poderosos: porque éstos son el mal del sistema. Los monopolios nos han llevado a esta peligrosa degradación.
Las grandes concentraciones de riqueza corrompen a la sociedad. Dibujan un esquema ideal de desenvolvimiento político y social y, en el fondo, se adueñan de sus ejecutantes.
La victoria K es circunstancial, frágil. Debe enfrentar el fin del sueño económico y la crisis mundial ya pronosticada y temible. Y el agotamiento de los recursos desparramados en subsidios y prebendas. 
Pero, hoy sigue festejando la goleada ante un rival en descenso directo.