lunes, junio 19, 2006

Una voz en el Parlamento ruso

Natalia Narochnitskaya es historiadora, miembro de la Academia de Ciencias de la Federación Rusa, diputada del partido Rodino (nacionalista) y ocupa en la Duma (Parlamento) el puesto de vicepresidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores. También es miembro de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa y editora de la revista Russian Analytica.
* El mayor enemigo de Estados Unidos es su seudo universalismo político. Retomando una larga tradición, ese país se presenta como «la Nación Redentora» (Redeemer Nation). Ya al término de la Primera Guerra Mundial, el presidente Thomas Woodrow Wilson afirmó que su país había tenido el honor de salvar al mundo.
Al igual que en la época de la III Internacional Comunista, Estados Unidos sueña con imponerle al mundo un modelo sin la menor consideración hacia las demás formas de civilización. Lejos de buscar la armonía dentro de la diversidad, EE.UU. reflexiona sobre la Humanidad en términos simplistas.
Condoleezza Rice se expresa con la misma seguridad que Nikita Krutchov en la tribuna del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. Ignora los fracasos económicos y militares de su país para prometer un futuro que ella cree radiante. Sin embargo, su sistema está en bancarrota. Imprimen montañas de papel moneda para rellenar un déficit abismal. Valiéndose del dólar hacen recaer en sus aliados el pago de los gastos estadounidenses, de la misma manera en que el Imperio Romano imponía tributos a sus provincias. Sus ejércitos sufren cada día derrotas en Afganistán y en Irak, mientras que Cuba, Venezuela y Bolivia se levantan victoriosamente contra el imperialismo en América Latina. El imperialismo estadounidense es demasiado pesado, le falta el aliento pero Estados Unidos es el último en darse cuenta.
* Durante la guerra ideológica [la guerra fría], los rusos teníamos que aprendernos un catecismo. Cuando se nos preguntaba «¿En qué época vivimos?», teníamos que contestar: «En un período de transición del capitalismo hacia el comunismo». Hoy los dirigentes y periodistas occidentales hablan con el mismo simplismo. No hicieron más que cambiar de lemas. Si usted les pregunta «¿En qué época vivimos?», le contestarán de manera igualmente automática: «En un período de transición del totalitarismo a la democracia».
Ese universalismo de pacotilla, expresado lo mismo en términos marxistas científicos o en términos neoconservadores, va acompañado de un superglobalismo. Todas las diferencias tienen que desaparecer y el mundo debe ser gobernado por un órgano único.
Reconocer las aspiraciones comunes del género humano no es negar las culturas. La Federación Rusa tiene que oponerse a esa filosofía política y estamos en nuestro derecho de proponer una cohabitación de identidades.
Nuestra Federación tiene un carácter euroasiático. Nuestro emblema es el águila de dos cabezas. Desde hace dos siglos, somos a la vez europeos y asiáticos, rusos y tártaros, cristianos y musulmanes. Hoy somos mayoritariamente rusos ortodoxos. Pero en la época medieval éramos asiáticos convertidos. Esto no es una respuesta dilatoria sino una realidad indiscutible que forjó nuestra identidad.
En la época en que Rusia era un Estado religioso, movimos nuestra capital desde la europea San Petersburgo hacia Moscú, la euroasiática, en homenaje a los tártaros y a los caucasianos que nos defendieron. Sus jefes pasaron a formar parte de la nobleza. No eran tratados como colonizados sino que eran iguales a los aristócratas rusos. Hasta tenían siervos rusos. Los anglosajones jamás fueron capaces de concebir algo así. ¿Se imagina usted la existencia de un lord indio con sirvientes ingleses?
* La única manera que tiene Europa Occidental de seguir desempeñando un papel político de primer plano en la arena mundial es aliarse a Rusia, lo cual se hace más fácil aún en la medida en que –culturalmente hablando– hay más cercanía entre europeos y nosotros que entre ustedes y los anglosajones.
Los europeos están confundidos. Nosotros no somos otra potencia beligerante. No buscamos una confrontación con nadie, y menos aún con Estados Unidos. Al igual que ustedes queremos ser libres de tomar nuestras decisiones y tener buenas relaciones con los estadounidenses.
En este caso, es interés nuestro ser pacíficos. Nuestra economía no nos obliga a hacer la guerra. Y, en la situación actual, una potencia fuerte y apacible será siempre más atractiva que una belicosa. El mundo es interdependiente y ha llegado el momento de encontrar de nuevo un equilibrio entre las potencias.