jueves, noviembre 10, 2011

El camino equivocado

Es agobiante escuchar a cada rato que el actual gobierno logró una reducción sustancial de la deuda externa, elevó considerablemente las acreencias de los jubilados, propulsó una considerable expansión del gasto de consumo, expandió notablemente el inventario de obras públicas, etc.

Basta mirar “6,7,8” o “Fútbol para Todos” o prestarse a oír Radio Nacional; o leer “El Argentino”; o AEN, o muchos de los espacios de C5N o todo Canal 7.

Pareciera que esta década generó un boom económico que recolocó a la Argentina en los rankings de las naciones más favorecidas de América. Y todo eso sosteniendo un gordísimo aparato estatal con el gasto militar, de seguridad y defensa, más los subsidios a prestadores de servicios y bienes públicos, escuelas y colegios privados, cultos religiosos, y demás.

Medidas recientes han restringido fuertemente el volumen de importaciones (en necesario balanceo de la caída de lo que se vendía afuera ante la recesión mundial). Esas resoluciones castigan a la mediana industria y al pequeño comercio, con todos los efectos sobre empleo y gasto que conlleva.




Volviendo al milagro, ha sido el impactante incremento de las ventas de autos y motos lo que encabeza el éxito del gasto privado crecido.

Esta pauta marca una cuestión básica. No ha habido ningún cambio sustancial en el modelo económico. Día a día siguen apareciendo diseños automovilísticos nuevos (de todas las fábricas): modelos que reemplazan a otros muy parecidos y que significan una marea de expendios en matrices, insumos, publicidad.

Es cierto que el gobierno es el socio grande de las terminales de autos. Se lleva en impuestos la mitad de lo que se paga por una unidad. Encima, deja a las provincias recoger lo de patentes, con un impuesto sin justificación actual. Antes, se pagaba para mantener caminos. Hoy hay peajes y se termina abonando por tener un coche que cada año vale menos.

Dejando de lado el atiborramiento del parque automotor, las consecuencias en el tránsito y el aumento de las infracciones y accidentes en rutas y calles, la significación de este rubro marca que la estructura productiva nacional no cambió. Mejor, empeoró. Los frutos mineros se van sin dejar nada; los campos se volvieron gigantescas extensiones de pocos propietarios; los cultivos tradicionales mutaron por la soja (con su secuela de infertilidad y daños psicofísicos en poblaciones aledañas a los cultivos).

Los transportes se basan en recursos vehiculares, sin trenes y concentrados (camiones y colectivos) en novedosos monopolistas. Hoy (y peor, mañana) el gremio de camioneros será dueño de la globalidad de la distribución de bienes, como ocurrió en norte y sud de nuestro continente, controlando el destino de lo que se elabora y se consume.

Se privatizó la generación y reparto de combustible. Los bancos disfrutan del dinero blando de los jubilados, que llega a los consumidores a través de financistas privados y sus redes de comercializadoras de artículos del hogar y suntuarios. Las entidades oficiales apenas aparecen en el festival de “cuotas sin interés”.

Los gobernadores tiene que contentarse con lo que reparte el PEN mientras ven empobrecerse sus estados por la falta de inversión reproductiva y la falta de dispersión geográfica de la poca que se da.

Todos los pasos están conduciendo a las grandes concentraciones de la economía en desmedro del esquema esencial de la Democracia, que es la fortaleza de su clase media.

El País está adormecido por el canto de sirenas y la pobreza y debilidad de nuestros dirigentes no alcanza para conformar una oposición que consolide un polo de discusión. Estamos castigados por los efectos de un pésimo sistema educativo que es disciplinante antes que alentador: así, no se crean dirigentes (para ningún ámbito; no sólo el político). Quizá tengamos tiempo de ver el día en que desde las comunas se eleven los intereses y la gente que pueda enderezar esta vía de negación.