Las voces de la antidemocracia proponen explicar los acontecimientos de Egipto como una explosión juvenil (el país cuenta con una edad promedio inferior a la treintena) facilitada por la redes sociales digitales. Magnifican la movilización potenciada por Internet, Twitter, Google, SayNow, etc. Nada dicen de la enorme y muy difundida miseria originada en regímenes aliados al poder monopólico internacional.
Fundamentan que la revuelta podrá o no derivar en la caída de Hosni Mubarak adujendo que la clave de la estabilidad que se disfrutó (más el rol central egipcio en la consecución de la paz con los israelíes) deviene de la solidez de las fuerzas armadas que diseñaron la forma de gobierno liderada hasta hora por el ex vice de Anwar El Sadat.
La antidemocracia explica que pase lo que pase, la estabilidad egipcia dependerá siempre de su postura militar.
Y debe ser cierto. Si aceptamos que el poder imperial alienta la estabilidad sociopolítica en su universo, la de las tierras del Nilo fue una de las realizaciones más apetecidas por los mandamases.
No parece distinta del proyecto que nos ensangrentó desde la revolución cubana. Así como sostiene a nuestros vecinos y a los aliados de Asia.
La situación que conmueve a Mubarak, héroe de su fuerza aérea, es ratificada por la coyuntura de la periferia imperial. Entre nosotros, cualquier gobierno obtendrá vigencia mientras no toque a la estructura militar. No afecta que cerca de la mitad del gasto estatal argentino sea absorbido por las fuerzas de tierra, aire y mar al tiempo que ningún conflicto haya hecho pensar en militarizaciones en los últimos treinta años.
Desnudemos entonces esta realidad. El imperio reclama orden, por lo que cada presunta democracia debe respetar su respaldo armado. Siempre habrá una oportunidad para justificarlo, como lo fue Irak, lo sean quizá NorCorea o Irán, en que las armas del mundo se unan "en pos de la libertad".