La inseguridad es el problema mayor que sufre nuestra sociedad porque es el que más ferozmente azota nuestros miedos.
Esa diaria angustia de enterarse de asesinatos, robos, secuestros engrosa la principal preocupación popular. Y, lamentablemente, sólo se nota la inacción oficial, la carencia de respuestas, las estadísticas de la mentira y la irresponsabilidad más notoria.
Esta realidad violenta es común a nuestros vecinos sudamericanos y a la gran mayoría de los países sometidos a los caprichos del imperio.
Argentina creció en el miedo abonado por los intereses perversos de siempre. Esa táctica trasuntó en el manejo de la opinión pública, en el debilitamiento de las pretensiones de democracia y en los golpes de Estado.
Hay dos caminos que deben emprenderse para construir una solución: la recuperación de las policías y la reforma del esquema carcelario.
Las dictaduras, sobre todo la emergida en el 76, se valieron de elementos de las fuerzas de seguridad para detener, torturar, saquear. Hoy, las policías se muestran impotentes ante la brutalidad progresiva de la delincuencia. No existe la inteligencia que permite prevenir el delito. Mientras la gente trata de imaginar las formas más crueles de castigar a los criminales, se deja de lado, sobre todo desde el Estado la ingeniería necesaria para anticiparse a los malvivientes.
Hay que infiltrar las partes descompuestas de esta sociedad. Relevar toda información que sirva para adelantarse a la ocurrencia del delito. Acopiar, asociar, filtrar, promover la acción anticipatorio. Buscar la mejor policía posible. Obviamente que esta vía requiere una depuración y emprolijamiento de lo existente. Será la forma de recrear en la gente la confianza en fuerzas de seguridad que, hoy, son frustrantes.
Debe recuperarse la genuina y más trascendente misión de las policías. Habrá que echar mano a los recursos más eficaces para recomponer la insoslayable inteligencia. Ese puede ser uno de los desafíos mayores de la Argentina próxima.
Paralelamente, el sistema carcelario es un depósito de malhechores (ciertos o presuntos) a los que se busca desplazar de la sociedad, confinándolos en prisiones que destruyen las alternativas de recuperación individual, quebrando familias y engordando las perversiones y vicios de quienes se equivocaron. Esto, así, sólo sirve para el mal.
Ya es tiempo de que aparezcan voces políticas que abracen estas apetencias populares y le den sentido y vigor al camino hacia la equidad y la paz.