miércoles, mayo 13, 2009

Una picante sinrazón


Son enormes y constantes las presiones del gobierno de EEUU sobre los productores cocaleros de Sudamérica. Se trata de asfixiar el cultivo para reducir la oferta de estupefacientes en el mercado norteamericano, el mayor del Globo.
Teniendo en cuenta eso, llama la atención cómo con una de las causas de muertes más numerosas, como son los accidentes de tránsito, no se recurre a sus fuentes para corregir la producción.
Resulta irrisorio el gigantesco esfuerzo de las autoridades de todito el planeta por imponer regulaciones que achiquen el saldo de víctimas por accidentes motorizados. Leyes, reglamentos, actuaciones policiales, jueces celosos, legisladores y gobernantes desesperados por la incapacidad correctiva. Un tropel de abusos, desaciertos y ansiedades que acompaña la fiesta de las poderosas industrias de infinitos modelos de autos y motos. Inversiones pésimamente decididas que explotan el consumismo y obligan a los gobiernos a generar permanentemente subsidios y caricias.
Diseños suntuarios que llenan la pretensión de ser individualmente distinto a los demás (luciendo lo que otros no pueden comprar). Unidades que prometen velocidades fantasmales, a usarse en calles y rutas con aceleraciones muy restringidas y que, cuando se burlan, exponen a altos riesgos de exterminación.
La cuestión es por qué no se persuade a industriales, comerciantes y consumidores a aceptar catálogos racionales, con vehículos que aseguren velocidades permitidas por las leyes.
Si en todo el mundo se lucha contra el flagelo de las muertes en la vía pública, la obnubilación que engorda las contrariedades de la economía de mercado tapona los caminos a esa racionalización.
Las cuantiosas inversiones que se dedican a dibujo, matricería, materiales, publicidad, para fabricar sofisticados y peligrosos vehículos bien podrían dedicarse a necesidades reales, como la infraestructura productiva, la educación, la seguridad y la salud pública. Alcanzaría con que funcionarios y legisladores se pusieran en serio a pensar en la realidad y no dejarse llevar por los intereses de turno.