domingo, septiembre 10, 2006

DARNOS CUENTA

Ella quiere un segundo auto para retirar al hijo del Jardín.
José se desvive por repetir el viaje a Europa del 96. Su amiga también sabe que salvar sus ahorros en dólares es resguardarse de las devaluaciones.
Estas son todas decisiones comprensibles, razonables.
Esta gente, nosotros, estamos sumergidos en una forma de producir y consumir en la que cada uno elige qué hacer con lo que sobra. Y en un mundo en que casi todos hacen lo mismo.
Claro que antes de cualquier disfrute, José, ella y la otra mujer están convencidos que lo mejor podría ser gastar en todo lo que te pueda proporcionar seguridad. Desde una alarma…hasta un arma.
Es que todos entendemos que para poder decidir felizmente necesitamos un ambiente social seguro. Tranquilo.
Por nosotros, nuestros familiares, la gente.
¿Cómo podrán conciliarse la armonía colectiva y el goce personal? La respuesta probablemente surja cuando comprendamos que nuestra suerte depende del resultado social.
Cuando un sistema conduce irremediable y fatalmente a la concentración de la riqueza, las metas de felicidad se vuelven más inaccesibles.
Mientras los pocos, cada vez más fuertes, recurren al engaño buscando mostrar que las acciones personales promueven la armonía social (consumiendo, obedeciendo, callando) nos sumergimos más y más en la inseguridad.
Deberíamos ser lo suficientemente maduros para organizar una sociedad en la que los que mandan legítimamente actúen orientando decisiones hacia objetivos globales.
Un segundo coche puede significar un uso de ahorros que se agotan en una compra que beneficia principalmente a fabricantes foráneos. Los ahorros se fugan.
El turismo en el exterior es básicamente derivar ahorros hacia arcas extranjeras.
Esos recursos escapan de nuestra economía y se resignan posibilidades de reproducir. De recrear bienes y trabajo.
Esta democracia cada día más débil que los argentinos no podemos sostener reclama un cambio de concepto. Hace urgente el darse cuenta que no habrá gloria individual si no protegemos la sociedad que integramos.
El gobierno debería estimular la asignación de los ahorros hacia destinos fuertemente productivos. Esencialmente hacia el aparato educativo (que ayude a darse cuenta, ya sea en la escuela, en la TV o en las artes), el sanitario (mejorando hospitales públicos) y al desenvolvimiento de la justicia.
Mentes brillantes como las de J.K. Galbraith (en la foto, en los '60) o el Nobel James McGill Buchanan han sabido enseñar en los encuentros internacionales del humanismo económico que los impuestos se inventaron para que el Estado redirija recursos en vistas del bien social.
Lamentablemente, somos testigos (aun, inconcientes) de las desviaciones antidemocráticas que el poder monopólico surca en nuestro presente y futuro. Los más fuertes nos engañan mostrando irrealidades. Pero no pueden contener la degradación de sociedades que sólo podrán controlar con más detestable represión.
Intelectuales y artistas (si es que es justo separarlos) enseñan los que los medios masivos procuran corromper. El gran trabajo político será impulsar el darse cuenta.
No nos demoremos más.

Autor: Julio Raitzin