La inflación es una medida estúpida.
Inútil.
Se trata del valor del promedio general
de todos los precios de una economía (propios e importados) en pleno
aumento, sostenido y persistente. Es irrisorio.
Y pensar que se crea todo un mito
social al servicio de la desinformación: ¿cuál es la utilidad de
semejante medida, que mezcla tractores y medias; juguetes y
barcos...?
El único sentido creíble es el de una
pretendida evaluación de la capacidad de gasto del promedio de los
habitantes de una nación. Los precios deberían observarse
sectorialmente y obtener índices para ajustarlos al castigo de su
evolución. Claro que no sirve ni cuando crecen ni cuando bajan
globalmente.
Estamos tocando la cuestión de los
aspectos más serios de una sociedad en la que la economía es el
recurso que debería nivelar condiciones: promover equidades.
Un gobierno con autoridad será el que
ejecute medidas tendientes a alentar la inversión y la reproducción
del empleo. En la realidad vivimos un engaño descomunal con el cual
se nos lleva a admitir como posible la coexistencia de la extrema
pobreza a diez cuadras de centros urbanos, como se muestra en
ciudades de todas las provincias. Y seguimos rezando para que la
Fuerza Superior riegue la solución.
Un aparato público nacional
desmesurado y estéril reclama la mitad de cada peso que gastamos
(para aplicarla en fines normalmente improductivos). Basta entender
que cada familia bahiense que està en situación de poder pagar
impuestos entrega dos mil pesos por mes para sostener a la
administración municipal. Es así. Son tres millones diarios que la
Comuna emplea para llevar a cabo los objetivos que pretende. Los
obtiene de las tasas propias y de lo que le llega coparticipado por
el PEN y la gobernación bonaerense.
La preocupación más honesta de los
economistas debería basarse en el conocimiento de la estructura del
poder real que domina a la sociedad: de sus mandamases internos y de
los de afuera. Saberlo de cada región y de las tierras limítrofes.
Una nación es un conjunto de fuerzas
que en un momento dado origina una resultante, la del poder
circunstancial, respetuoso de de aquel histórico y permanente. El
modelo vigente luce un aparato estatal sobreexcedido y asociado a
determinados vectores que manejan las finanzas, los negocios impuros
y los medios de desinformación. Muy poco podrìa estar encuadrado en
un anhelable proyecto de democracia real.