viernes, mayo 07, 2010

La ansiedad por los autos y la corrupción económica

Las cifras de ventas bahienses de 0 km en el primer trimestre de 2010 revelan una recuperación de Fiat.

Apenas superada por la Volkswagen, la marca italiana orilla el 18%. Un tercer lugar es compartido por General Motors, Renault y Ford (ésta, en ostensible empuje), con 12 de cada cien compras cada una.

Algo menor, con el 10% del mercado, aparece Peugeot. Productos de origen asiático suman el 10% restante. En el último renglón de la lista, Citröen, con 2 de cada centenar.

Estas cifras están condicionadas por la calidad de la entrega con la que cumplieron las distintas terminales, por los nuevos modelos que se dieron a conocer en el periodo de análisis, por cambios entre los valores y por el volumen publicitario a que recurrió cada marca.

Se puede afirmar que el mayor porcentaje de los compradores opta por unidades de 45 a 50 mil pesos. Siguen en proporción quienes están entre los 66 y 70.000, y, a ese mismo nivel, los que oblan entre 35 y 40 mil.

Los adquirentes de rodados que varían de 80 a 100 mil alcanzan a un 6%, porción muy cercana a quienes se decidieron por los de más de 100 mil pesos.

Lo que debe tenerse en cuenta es que en el nivel de 45 a 50 mil y en el de 55 a 60 mil pesos hay cinco marcas distintas participando. Cada uno con sus modelos. Es decir que, para comprar un auto de 45 a 50 mil puede haber fácilmente cerca de diez alternativas. Eso significa mantener en la industria esa cantidad de líneas de producción, con todos sus cuadros de gastos: desde accesorios diferentes hasta campañas específicas de publicidad.

Lo que se trata de poner en claro es que hay un derroche de inversiones superfluas para sostener un mercado que absorbe recursos destinables a inversiones más productivas (sobre todo en los que significa infraestructura para mejores productividades, abastecimientos y eficiencias).

Este tipo de actividad económica, instalada en una economía nacional endeudada, empobrecida y dependiente sólo ayuda a debilitar las perspectivas de salida.

Ha habido en este medio siglo un dominio exagerado de la industria del automóvil sobre las posibilidades de desarrollo. Con la excusa de absorber una parte alta de la mano de obra activa, han excitado ansiedades y prejuicios del consumidor, promoviendo gustos y decisiones negativos para el crecimiento.

Chile (antes del desastre, por lo menos) no fabricaba automóviles y los ofrecía a su gente a la mitad del precio argentino.

Por otra parte, la masa de impuestos recaudada sobre la venta de rodados ha engordado a un aparato estatal desmedido y fuertemente improductivo. A pie de un federalismo corrupto, la estructura pública, con su altísimo porcentaje de gastos en fuerzas armadas y de seguridad (o, ¿inseguridad?) ha llegado a niveles difíciles de sostener. El caso de Bahía Blanca es buen ejemplo: hace cinco años se necesitaban 120 millones para las arcas municipales. Hoy, casi 700. Esto significa que cada familia bahiense en condiciones de aportar impuestos está sufriendo una quita de mil pesos mensuales para que la administración comunal cumpla sus propósitos.

Pareciera que los funcionarios (de los tres poderes) no disfrutan del tiempo suficiente para analizar estas cuestiones. Es cierto que las urgencias de elecciones cada dos años marcan prioridades en las voluntades de los políticos. Pero lo determinante es que la vacuedad de los partidos ahonda ese deficit. No hay ámbito donde pueda razonarse sobre los caminos que se toman (que profundizan la corrupción) y en los que pueda debatirse y proyectar en pos de una dirigencia más comprometida con la realidad social.