domingo, octubre 30, 2005

Argentina y el dólar del futuro

A la hora de tener que imaginar el futuro del dólar, habrá que razonar lo siguiente.
El valor, entendido como el precio que surge del tire y afloje de las fuerzas de marcado, es un efecto de intereses en pugna que muchas veces no son desnudados.
El nivel nacional de esa divisa no es una consecuencia de cuántos dólares se vuelcan al “mercado” y cuántos se demandan. Es, mejor, una respuesta a la capacidad de presión que ejercen exportadores, importadores, administradores del Estado y empresas trasnacionales que actúan en la Argentina.
Cuando E. Duhalde resolvió empujarlo de 1 a casi 3 pesos, elevó proporcionalmente el volumen de reservas fiscales en la moneda norteamericana. Agrandó significativamente sus recursos para hacer frente a una crisis que operadores quizá cercanos a él habían iniciado (saqueos programados, movilizaciones transitorias, etc.). Al mismo tiempo, la Coca Cola, la Ford, Bunge & Born, que habían disfrutado largamente el mandar a sus centros de origen un dólar por cada humilde pesito que juntaban, se encontraron profundamente afectados.
Por otra parte, el menemismo dio pie a un aplastamiento de las posibilidades exportadoras. La recuperación consecuente con la devaluación iba a representar más dólares para las arcas oficiales y una compensación no despreciable para aquellas firmas que redujeran la potencia de sus remesas de dividendos al salir del 1 a 1.
Dejando de lado lo histórico y mirando hacia delante podríamos animarnos a pronosticar que el futuro del dólar estará ineludiblemente atado al sistema de fuerzas que se plantee con los que estarán a favor de su suba (el fisco estatal, los exportadores, los remitentes de genancias al exterior y nuestros acreedores foráneos) y los que rogarán por depreciación (importadores de capitales y mercaderías y deudores al exterior).
Quien se anime a afirmar qué va a pasar con el dólar será menos creí ble que Domingo F. Cavallo.

Democracia nacional: una de cal...

Castigar el uso de un celular mientras se maneja es contradictorio. La mayoría de los taxis y remises emplean equipos de radio.
Multar por no llevar casco conduciendo una moto es ilegítimo. No es materia de derecho. Es un tema de conciencia, de libre elección individual. De convicciones. Lo mismo, lo que ocurre con los cinturones de seguridad (en todo el mundo). La forma más eficaz de prevención es la educativa.
La ley tiene que ver con la vida de relación. La de la persona con otra persona. O con otra cosa (de otra persona). Si se roba, se mata, se ofende, siempre es contra alguien. Nunca, contra uno mismo.
Si una ley obliga a renunciar a vidrios polarizados, podría dar pie a otra que fuerce a tomar una religión determinada.
La diferencia entre moral y derecho es la individualidad en oposición a la sociedad. Todo lo que cabe como decisión personal escapa de lo normativo hasta tanto interese a un prójimo. Si se tienen enganches salientes en un vehículo, sólo se podrá recurrir a justicia ante un daño originado por esa decisión. Claro que para que ese irresponsable saque el enganche de su rodado se necesitará un esfuerzo persuasivo de la comunidad.
Imaginemos programas locales de TV donde se muestren las barrabasadas que se cometen en el tránsito. Debe ser muy atrayente ver vecinos empeñados en hacerse daño (como llevar una moto sin casco o manejar usando un celular) y en infligírselo a otros (pararse en doble fila; desparramar gases tóxicos en pleno centro, gozar del escape libre…) Poder recrear ese sentido de vergüenza que nos ha escondido tanta corrupción va a ser muy sano para todos.
Pero mucho más saludable será ir progresando en democracia y definir hasta dónde llega el autoritarismo que alentó a esta Argentina ingenua. Los poderes de la legislación y la judicatura han avanzado oscuramente al amparo de lo pobres sistemas educativos y de los excesivos manejos nacidos de la riqueza. Hay mucho autoritarismo impregnado en nuestra vida social: es represiva y disciplinante la familia, la escuela, el trabajo. Nos falta consolidarnos en nuestra libertad individual para hacer más creativa y dinámica la convivencia.
Claro que si seguimos homenajeando a los monopolios y a su carnaval de prepotencias, el camino a lo justo será cada vez más difícil.