A la hora de tener que imaginar el futuro del dólar, habrá que razonar lo siguiente.
El valor, entendido como el precio que surge del tire y afloje de las fuerzas de marcado, es un efecto de intereses en pugna que muchas veces no son desnudados.
El nivel nacional de esa divisa no es una consecuencia de cuántos dólares se vuelcan al “mercado” y cuántos se demandan. Es, mejor, una respuesta a la capacidad de presión que ejercen exportadores, importadores, administradores del Estado y empresas trasnacionales que actúan en la Argentina.
Cuando E. Duhalde resolvió empujarlo de 1 a casi 3 pesos, elevó proporcionalmente el volumen de reservas fiscales en la moneda norteamericana. Agrandó significativamente sus recursos para hacer frente a una crisis que operadores quizá cercanos a él habían iniciado (saqueos programados, movilizaciones transitorias, etc.). Al mismo tiempo, la Coca Cola, la Ford, Bunge & Born, que habían disfrutado largamente el mandar a sus centros de origen un dólar por cada humilde pesito que juntaban, se encontraron profundamente afectados.
Por otra parte, el menemismo dio pie a un aplastamiento de las posibilidades exportadoras. La recuperación consecuente con la devaluación iba a representar más dólares para las arcas oficiales y una compensación no despreciable para aquellas firmas que redujeran la potencia de sus remesas de dividendos al salir del 1 a 1.
Dejando de lado lo histórico y mirando hacia delante podríamos animarnos a pronosticar que el futuro del dólar estará ineludiblemente atado al sistema de fuerzas que se plantee con los que estarán a favor de su suba (el fisco estatal, los exportadores, los remitentes de genancias al exterior y nuestros acreedores foráneos) y los que rogarán por depreciación (importadores de capitales y mercaderías y deudores al exterior).
Quien se anime a afirmar qué va a pasar con el dólar será menos creí ble que Domingo F. Cavallo.
El valor, entendido como el precio que surge del tire y afloje de las fuerzas de marcado, es un efecto de intereses en pugna que muchas veces no son desnudados.
El nivel nacional de esa divisa no es una consecuencia de cuántos dólares se vuelcan al “mercado” y cuántos se demandan. Es, mejor, una respuesta a la capacidad de presión que ejercen exportadores, importadores, administradores del Estado y empresas trasnacionales que actúan en la Argentina.
Cuando E. Duhalde resolvió empujarlo de 1 a casi 3 pesos, elevó proporcionalmente el volumen de reservas fiscales en la moneda norteamericana. Agrandó significativamente sus recursos para hacer frente a una crisis que operadores quizá cercanos a él habían iniciado (saqueos programados, movilizaciones transitorias, etc.). Al mismo tiempo, la Coca Cola, la Ford, Bunge & Born, que habían disfrutado largamente el mandar a sus centros de origen un dólar por cada humilde pesito que juntaban, se encontraron profundamente afectados.
Por otra parte, el menemismo dio pie a un aplastamiento de las posibilidades exportadoras. La recuperación consecuente con la devaluación iba a representar más dólares para las arcas oficiales y una compensación no despreciable para aquellas firmas que redujeran la potencia de sus remesas de dividendos al salir del 1 a 1.
Dejando de lado lo histórico y mirando hacia delante podríamos animarnos a pronosticar que el futuro del dólar estará ineludiblemente atado al sistema de fuerzas que se plantee con los que estarán a favor de su suba (el fisco estatal, los exportadores, los remitentes de genancias al exterior y nuestros acreedores foráneos) y los que rogarán por depreciación (importadores de capitales y mercaderías y deudores al exterior).
Quien se anime a afirmar qué va a pasar con el dólar será menos creí ble que Domingo F. Cavallo.