Mucho se escucha acerca del hartazgo de la gente por la corrupción imperante.
Pensemos en lo que la corrupción enferma del lado público. Dejemos de lado la insanidad originada en los caprichos de los más pudientes. Los monopolios degeneran toda democracia porque refuerzan las desigualdades y transforman a los representantes sociales en sus instrumentos (por no decir títeres).
Hay aspectos fundamentales que tienen que ver con el sistema político. Errores de armado manifestados en instituciones que complican un funcionamiento deseable del aparato político y administrativo.
Un congreso poblado por actuantes que perduran años en sus cargos es más que nada un foco de corrupción. La democracia reclama máxima representatividad. El poder legislativo tiene que desarrollarse como asamblea: compuesto por ciudadanos elegidos para esa circunstancia. Y sólo para ésa.
El congreso debe desenvolverse con todo el poder conferido para votar y sancionar los proyectos elaborados por gobiernos y partidos. Sus miembros no pueden permanecer en sus bancas después de haber votado. Hacerlo es abonar una de las fuentes principales de descrédito. Es la falta de confianza que lleva al hartazgo.
Esta cuestión se apoya en cuestiones esenciales: la urgencia por regenerar el crédito popular en la democracia y la recuperación neta de los partidos como formadores de dirigencia y cuna de los proyectos legislativos y de gobierno.
Es obvio que curar al Judicial de todos sus pesares es otra faceta de la sanidad política más urgente.
Lo es también adecuar el aparato militar y de seguridad a la realidad nacional (que, por lo menos, duplica hoy en presupuesto su más razonable dimensión).
Valen todas las alternativas que recompongan la confianza en un sistema de organización social que aporte seguridad, contención y equidad.
La ilustración es obra de Jorge González Perrín, artista nacido en Punta Alta.
